Nadie mueve un dedo en estas páginas para defender al correísmo, faltaba más. En cambio, cuando algún columnista denuncia el silencio del ‘Papa rojo’ ante la dictadura venezolana, no falta quien defienda aquí mismo a Francisco y la Iglesia en desgracia. Eso está bien, que la gente saque la cara por sus creencias, pero sin trazar líneas rojas pues todo lo humano y lo divino es debatible y cuestionable.
Así lo entendió otra articulista, exalumna de las monjas, irónica y solidaria, quien rompió lanzas contra el machismo histórico y aberrante de la Iglesia, que habría cometido contra las monjas “un genocidio emocional y espiritual que no tiene perdón. Manipuladas. Despreciadas. Utilizadas. Violadas. Embarazadas. Obligadas a abortar”. Como era de esperarse, el artículo generó un par de airadas cartas a la Redacción, reclamándole por no haber llamado santo a Tomás y tratar con irreverencia la concepción de María.
El problema de fondo es que el edificio otrora imponente e intocable de la Iglesia viene soportando una escandalosa serie de denuncias y acusaciones de sus víctimas. Mientras se reunían en Roma los presidentes de las conferencias episcopales para darse latigazos y tomar medidas (con siglos de retraso) contra el abuso sexual a los menores, entraba en circulación ‘Sodoma: poder y escándalo en el Vaticano’, el enjundioso libro del sociólogo y periodista francés Frédéric Martel, cuya versión para Kindle obtuve yo.
Basada en cientos de entrevistas a cardenales y curas que confiesan su orientación, así como en viajes por una treintena de países, incluyendo Ecuador, hay en esta obra ágil y bien escrita muchísima tela que cortar. Dado que dispongo de poco espacio, no quiero resumirla en frases como ‘los homosexuales constituyen el 80% del Vaticano’. Prefiero destacar que Martel, quien también es gay, no critica a la homosexualidad ‘per se’, sino a la hipocresía de condenar en el púlpito lo que practican golosamente en sus lujosas recamaras. Por eso afirma que mientras más homofóbico es el cardenal, más probable es que sea homosexual.
Y aclara que tabús como el celibato, y el oponerse a la sexualidad antes del matrimonio y al uso de preservativos, incluso el abuso de menores, hunden sus raíces en esta situación enrevesada que también nutre la guerra del ala ultraconservadora contra Francisco, a quien Martel defiende por su tolerancia y su afán de enfrentar el problema.
Otro dato clave es que muchos jóvenes que descubrían con espanto sus tendencias homosexuales en los opresivos años 50 y 60, buscaban solución ingresando al seminario. Sin embargo, Martel anota en el epílogo que, más allá de sus mentiras e hipocresías, en el Vaticano “se inventan nuevos estilos de vida gay y se explora la creación de la futura familia”. ¡Elé!