En la biografía que ha escrito del genial historiador de las ideas Sir Isaiah Berlin, una de las grandes figuras de la Universidad de Oxford en el siglo pasado, Michael Ignatieff comenta sobre los complejos procesos por los que pasaba la mente de Berlin, quien entonces tenía más de ochenta años, cuando conversaban: “Era una exhibición virtuosista de una gran inteligencia batallando con la decadencia.”
Esa idea de “batallar contra la decadencia” me llevó a la reflexión, porque aunque pienso que seguramente describe la realidad de muchos de nosotros que vamos avanzando en años, no describe la de todos.
Hace poco más de un año, tuve el privilegio de participar en una conferencia académica en la Universidad de Harvard a la que un grupo de los discípulos de otro gran académico, el Profesor emérito Herbert C. Kelman, fuimos invitados para rendirle homenaje. Luego de tres días de estimulante presentación de ponencias e intercambio de ideas, la conferencia culminó con la celebración de su cumpleaños número noventa. Todos los presentes estuvimos asombrados de la claridad de la mente y de la precisión de los incisivos comentarios y recuerdos del Profesor Kelman, y nos sentimos iluminados, además, por su siempre enorme amabilidad, cordialidad y afecto.
Hace un par de semanas, mi esposa y yo visitamos en Bahía de Caráquez a mi suegra, la Señora Haydée Rubira de Argüello, quien en octubre cumplirá noventa y un años. Había sufrido una caída poco antes que le había causado algunas lesiones, dificultad para caminar y fuertes dolores. Pero aun en esas circunstancias, no oímos de ella un solo quejido, un lamento, una expresión de malestar o de molestia. Al contrario, solo recibimos constantes sonrisas, buen humor, consuelo a un nieto atribulado, agradecimiento a la vida.
Estas dos personas maravillosas, cerca de quienes he tenido el privilegio de estar, y con quienes he podido convivir, conversar, disfrutar, no están, en absoluto “en decadencia”. Están y siempre han estado más bien en constante crecimiento de la mente y del espíritu, fieles a la invocación que Dios le hace a Adán en el “Discurso sobre la Dignidad Humana” de Pico della Mirandola, obra excepcional del Renacimiento italiano: “No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, o podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas.”
Es especialmente inspirador que el crecimiento mental y espiritual de la Señora Haydée de Argüello y del Profesor Kelman responde a decisiones de parte de ella y de él: escogieron conscientemente el segundo de los caminos que Dios puso frente a Adán.