Rose Delaney
Project Syndicate
Para Giuseppe DiMarco, Estados Unidos es su hogar desde hace 30 años. Tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), este inmigrante italiano de 83 años huyó de su pueblo agrícola empobrecido en el sur de Italia en busca de un bienestar que nunca había conocido.
Las dificultades económicas y la extrema pobreza empujaron a muchos italianos a las bulliciosas ciudades estadounidenses de Nueva York, Chicago y Boston. Pero DiMarco ingresó al continente americano por Montevideo, capital de la entonces llamada “Suiza de América”, como solía decirse entonces de Uruguay. Los italianos prosperaron en el Cono Sur, región qué reúne a Argentina, Brasil, Chile y Uruguay.
Muchos italianos aprendieron enseguida el español, otra lengua latina emparentada con el italiano.
Giuseppe, y otros emigrantes como él, enseguida se sirvieron de sus capacidades empresariales y agrícolas, logrando el éxito en un país extranjero, y hasta dejando su impronta en la cocina, la música y la danza locales. DiMarco aprovechó su don de lutier y montó un pequeño negocio que prosperó y se volvió rápidamente rentable y muy conocido en la comunidad. Pero a principio de la década de los años 70, tuvo que volver a emigrar. Los abusos de la dictadura cívico militar, que se instaló entonces en Uruguay (1973-1985), se caracterizó por secuestros, represión y violencia, haciendo la vida insostenible.
Según el Sistema Continuo de Reportes sobre Migración Internacional en las Américas (Sicremi), un proceso de deterioro político y social culminó con el golpe de Estado militar y la suspensión de las libertades civiles en 1973. El consiguiente malestar político, sumado al estancamiento económico, expulsó a mucha gente de ese país sudamericano.
Así, DiMarco tuvo que volver a escapar hacia una tierra que le requeriría un profundo sentido de resiliencia y de voluntad para sobrevivir. Tras una prolongada travesía en barco, DiMarco llegó con su familia a Nueva York, una ciudad que le era extraña, desesperado por la estabilidad y la seguridad que no había logrado alcanzar.
Una vez instalado se dio cuenta de que sus conocimientos de lutier no le servirían de nada. Todo se hacía al por mayor en la Gran Manzana y no había interés en guitarras hechas a mano. Apenas hablaba el inglés necesario para convencer a un empleador o a un posible cliente de su valor.
DiMarco consiguió trabajo de jornalero en la construcción y trabajó en los veranos increíblemente húmedos y en los inviernos helados para ahorrar dinero y cumplir su “sueño americano”.
Años después, finalmente consiguió superar la estabilidad y la seguridad que buscaba cuando abandonó su Italia natal.
Además pudo trepar en la escala social y mandar a sus hijos a las mejores escuelas privadas y a las universidades más prestigiosas, compró una casa en Miami, además de invertir en dos edificios pequeños.