Ha sido un año lleno de sorpresas y, hay que reconocerlo, la mayoría han sido positivas; pero también hay asignaturas pendientes que perturban el panorama y dejan dudas sobre el futuro del país.
Lo más positivo y sorpresivo, fue la ruptura con el gobierno anterior. Una ruptura que significaba nada menos que poner un alto a conductas que habían caracterizado a ese gobierno: su estilo y procedimientos autoritarios, sus habituales violaciones de la Constitución, las leyes y los derechos humanos; sus afanes persecutorios y la consiguiente manipulación de la justicia, el marasmo legislativo, el culto a la personalidad, las sabatinas y el museo de Carondelet; la corrupción sistemática, la propaganda mentirosa, el irrespeto a las instituciones públicas y privadas, los derroches y abusos. Un largo memorial de agravios.
Esta ruptura, no cabe duda alguna, refrescó el ambiente nacional y el país empezó a respirar con aquello que extrañábamos: libertad.
Pero hay todavía quienes piensan (y no les faltan razones) que la ruptura no ha sido total, que el programa no se ha cumplido del todo. Es decir que no se ha desmantelado el aparato que se había implantado y que siguen presentes muchos de los personajes que habían sido los comparsas en el siniestro espectáculo. Hay que admitir que la tarea no era fácil, que el gobierno perdió buena parte de la base política que sustentó su elección sin ganar el respaldo de la oposición, que la herencia recibida era como la yerba mala “difícil de arrancar”. Pero creo también que en algunos casos ha faltado decisión o han sido más determinantes los compromisos de amistad o algún rezago ideológico. Lo cual vale para explicar la permanencia de funcionarios claramente identificados con el régimen pasado, o para continuar con posiciones insostenibles en materia internacional, o para mantener intocadas leyes nefastas como la de comunicación.
Esto quiere decir en definitiva que la oferta formulada hace un año está inconclusa. La depuración que lleva adelante el Consejo transitorio de Participación Ciudadana ayudará en este propósito; pero hay que tener mucho cuidado para no repetir errores del pasado.
La sorpresa más negativa fue lo ocurrido en la frontera norte. Pero hay quienes sostienen, con razones valederas, que no fue una sorpresa, que fue más bien la consecuencia inevitable, una vez más, del comportamiento irresponsable, si no cómplice, del gobierno anterior.
La economía es el flanco más anémico en este panorama. Pero tampoco es una sorpresa. La mesa servida fue una frase engañosa desde el primer día, aunque se la descubrió demasiado tarde y tampoco ha resultado fácil revertir el panorama. Es de esperar que los cambios en el gabinete que se anuncian permitan superar los pronósticos pesimistas.
¿Vamos bien? ¿No tan bien? ¿Vamos mal? El diagnóstico sobre la situación de un país, de cualquier país, no se resume con dos o tres palabras.