Si se da un breve vistazo a la Región y se observa lo sucedido desde el arranque del nuevo siglo, aflora una sensación de incertidumbre sobre lo que el futuro deparará a estos pueblos, queda sin respuesta la interrogante acerca de si ellos se encaminan en forma firme a convertirse en estados realmente institucionalizados, en donde sus pobladores encuentren oportunidades para desarrollarse tanto en lo individual como en lo colectivo o si, por el contrario, se enfilan a un derrotero donde el deterioro sea más pronunciado y enormes masas humanas padezcan aún por décadas toda clase de privaciones, agudizando los problemas existentes a una escala inconmensurable. Basta ver lo sucedido en las cuatro mayores economías del Río Bravo hacia el sur. La mayor de ellas sumida en una crisis moral, política y económica donde el hasta hace poco el líder obrero que se encaramó en el poder por decisión popular, ahora es un perseguido de la justicia luego de destaparse los escándalos de coimas y sobornos practicados por las empresas más emblemáticas de ese país, las cuales encontraron en la persona del exmandatario el aliado adecuado para desparramar sus prácticas reñidas con la ética por fuera de sus fronteras. Brasil ha dejado de ser el modelo a seguir y más bien es un ejemplo de que el proteccionismo a ultranza aliado con fuerzas internas con enorme incidencia en lo político conduce a desafueros, en donde los únicos beneficiados son los allegados al poder en desmedro de las grandes mayorías.
Siguiendo el orden, México, el otro gigante, se ha convertido en un país asediado por las bandas y carteles criminales que ponen en riesgo que se convierta en un Estado fallido. El incremento de la violencia, la relativa impunidad con la que actúan esos grupos, las dificultades que enfrentan las autoridades para combatir los delitos, la poca confianza de los mexicanos en sus instituciones y la casi certeza que tienen de que los esfuerzos desplegados son insuficientes para reducir el número de infracciones penales, invita a pensar que cada quién hace de las suyas sin que exista un poder central que pueda reordenar al Estado en su conjunto, para imponer el imperio de la ley. Las críticas que emanan de sus propias voces más prestigiosas constituyen una verdadera prédica para reencontrar la senda por ahora extraviada.
Por el sur, una nueva administración hace esfuerzos por recomponer el descalabro heredado de la década kirchnerista, pero cada vez se encuentra con una oposición recalcitrante que se esmera en intentar desacreditar la acción del gobierno con el afán de ganar adeptos para, a la menor oportunidad, intentar volver por sus fueros. Argentina es un país fracturado entre tendencias definidas: aquellos aferrados a la prédica populista que arrasaron con la nación y los que se empeñan en remodelar una institucionalidad devastada por los que les antecedieron en el poder.
De Venezuela ya ni siquiera hay que argumentar. Un país inmensamente rico sumido en el caos y la escasez. Si esos fueron en algún momento los países referentes de la Región ¿hacia dónde nos dirigimos?
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