Si se parte de que no hay mal fin a buen comienzo, se podría esperar que en adelante EE.UU. y Rusia se entiendan y estructuren la paz mundial. Sin embargo, plasmar en realidad lo que pasó en Hamburgo se dificulta porque Trump es presidente de un país cuya situación dejó de ser compleja para tornarse peligrosa. Su opinión de que con Putin “el dialogo se centró en cómo moverse razonablemente hacia adelante” va a ser tergiversada hasta el absurdo por sus opositores, que claman por verlo muerto o lejos del poder. ¿Qué no les gusta? Absolutamente nada, pues odian que el mundo se mueva.
Pero es mejor lo bueno conocido, en este caso, el diálogo entre EE.UU. y Rusia, pues nos encontramos en un momento crucial, cuando una nueva guerra mundial sería el fin de lo existente. Es hora de despertar de la catatonia política organizativa a la que nos ha conducido la palabrería insulsa sobre el destino manifiesto de los imperios; es hora de defender el derecho de nuestros hijos y de los oprimidos, que hoy somos casi todos.