Columnista invitado
La situación que vive Venezuela augura una explosión cuyas consecuencias son imposibles de prever. Escasez de productos indispensables, irrespeto a las instituciones, oposición creciente y represión brutal, destrucción de la economía, concentración de poder ejecutivo, judicial y de control, herencia inevitable de un proyecto concebido y ejecutado por el coronel Chávez, que colapsa en manos de Maduro.
La única explicación para que no haya explotado ya es que las Fuerzas Armadas venezolanas sostienen al Gobierno. Y lo hacen porque se han ido implicando en su manejo como partícipes y beneficiarios. Tienen 11 ministros de los 32. Participan de los negocios de minas y petróleos con la Compañía Anónima Militar de Industrias Mineras, Petrolíferas y de Gas, cuya creación fue autorizada por Maduro. Hay que recordar que Venezuela obtiene ingresos de aproximadamente 150 millones de dólares diarios por la exportación de tres millones de barriles de petróleo.
Es decir, cogobiernan, comprometiéndose en un proyecto político y abandonando su condición de institución que se debe a la nación, con lo grave que eso resulta para su futuro y la institucionalidad.
Tampoco la oposición, que logró un claro triunfo en las elecciones legislativas, ha obrado lo lúcidamente que se necesitaba para superar la situación crítica que se vive. Su primer anuncio, después del triunfo electoral, fue que terminaría con el mandato de Maduro, que reaccionó defendiéndose y utilizando todos los instrumentos labrados a lo largo de 17 años de gobierno chavista. Así, las cosas fueron extremándose, impidiendo encontrar una salida viable a la crisis política, económica y social que vive Venezuela.
Analistas venezolanos, caracterizados por su independencia y equilibradas posiciones, no entienden que no se haya administrado la mayoría calificada que tiene la oposición en la Asamblea con madurez y eficacia para llegar a las elecciones en el 2018, que ganaría holgadamente.
Todos los pasos de gobierno y oposición, han ido polarizando más a todos, haciendo imposible cualquier intento de diálogo y mediación. La intolerancia es el mayor enemigo de la democracia y de la solución de los conflictos. Se llega al extremo de acusar al Papa Francisco de propiciar el comunismo!
Una economía que se acerca al mil por ciento anual de inflación es inviable. Un país con un gobierno como el presidido por Maduro no puede ir a ninguna parte razonablemente. A más de su ineficiencia en el manejo del gobierno, hace gala de una mañosería sin límites. La convocatoria a una Constituyente amañada, en que no será el pueblo el que elija, es sinvergüencería y agresión a elementales principios democráticos, contrarios a la continuación de un proceso fracasado. Cuando se agota, como parecen en este caso, el diálogo, sólo puede producirse la explosión.