El Presidente chino se mostró en Davos como el defensor del libre mercado, mientras que su par de EE.UU. quiere reformar la globalización. Foto: Archivo
Algo no cuadra en el nuevo orden mundial: China aparece ahora como el adalid de la globalización mientras Estados Unidos ha retrocedido en el tiempo, con un nuevo Presidente que levanta la bandera del proteccionismo.
Pareciera que el mundo se puso de cabeza y que se invirtieron los papeles entre las dos economías más poderosas del planeta. Pero ni China es tan defensora del libre mercado, como dijo el presidente Xi Jinping, ni Estados Unidos puede volverse tan proteccionista como ha señalado su nuevo presidente Donald Trump.
Ambos países no solo enfrentan el peso de su historia, sino también el poder de las instituciones mundiales que han ayudado a crear a lo largo de décadas y con las cuales el mundo ha tejido un entramado legal que difícilmente se podrá desenredar en el período presidencial de Trump.
Pese a eso, la probabilidad de que una mínima parte del discurso nacionalista de Trump se convierta en realidad mantiene al mundo al borde de un ataque de nervios. No es para menos, pues se trata de la primera potencia mundial, que por sí sola equivale a la suma de las economías de Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, India, Italia y Canadá.
Ese nerviosismo mundial fue capitalizado por el presidente chino Xi Jinping, quien quiere ocupar el espacio que pudiera dejar Estados Unidos como promotor del libre comercio y de la globalización.
El líder chino participó esta semana, por primera vez, en el Foro Económico Mundial, en Suiza, donde la élite mundial se dio cita para despejar dudas sobre lo que se viene en Estados Unidos, en Europa y en el resto de países con poder geopolítico en el mundo.
El escenario no pudo ser mejor para Xi Jinping. Los líderes mundiales buscaban certezas ante el huracán Trump, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y el futuro de la globalización. Su discurso resultó un calmante para muchos asistentes a Davos, sobre todo cuando instó a los líderes mundiales a decir “no al proteccionismo” y a comprometerse con el desarrollo, el libre comercio y la inversión. Dijo que China mantendrá su puerta muy abierta y no la cerrará.
Esas palabras entusiasmaron a la audiencia, que no escatimó en halagos hacia el Presidente chino: “Brillante”, “juicioso, prudente”, “muy alentador”, se decía en los pasillos, pese a que la política de Pekín es poco favorable a la apertura y mantiene un intervencionismo hostil con las firmas extranjeras, según expertos y firmas consultadas por la agencia de noticias AFP.
En un sondeo de la Cámara de Comercio estadounidense en Pekín, más del 80% de sus empresas consultadas dijo que la segunda economía mundial es menos favorable que hace un año a las firmas extranjeras. El 55% dijo recibir un trato desigual respecto a sus competidores chinos. Y un número creciente de empresas reducen sus inversiones en China o se las llevan a otra parte, a causa de preocupaciones crecientes sobre las barreras comerciales y el clima reglamentario.
Willy Lam es profesor de la Universidad china de Hong Kong y explica que la decisión de Pekín de abrir su mercado se ha deteriorado desde la llegada de Xi Jinping al poder en el 2012. Por eso le resulta irónico hacer de Xi Jinping un adalid de la globalización.
De hecho, solo pensar que un Partido Comunista y de planificación central -que gobierna China- sea el que lidere el libre comercio resulta poco menos que ridículo, más cuando los últimos años ese mismo Partido ha reforzado los grupos estatales y ha intensificado los controles a los movimientos de capital, todo lo contrario al libre comercio.
No en vano, China está en el puesto 78 a nivel global en la clasificación del Banco Mundial sobre facilidades para hacer negocios. Un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), sobre la apertura a la inversión extranjera, la tiene entre los últimos puestos.
Entre los límites que pone a la instalación de firmas y residentes extranjeros en su territorio, Pekín impone una tasa media del 9,6% a los productos procedentes de países miembros de la Organización Mundial del Comercio (OMC), contra una media de 3,5% en EE.UU., según la OMC.
El discurso del libre comercio, sin embargo, le sirve a China para incursionar con sus empresas en todo tipo de sectores, sea en Europa o América Latina, como lo ha hecho durante la última década.
Del otro lado, el flamante Presidente estadounidense se ha posicionado como un nacionalista, un reconstructor y un creador de empleos, lo cual supone privilegiar la producción local y limitar la entrada de productos extranjeros que compitan con los nacionales.
Para un país que ha crecido gracias a la globalización, esa tarea resulta muy compleja, pues sus empresas se han consolidado en el planeta de la mano de los acuerdos de libre comercio. Desconocer o negociar un nuevo acuerdo con México y Canadá, por ejemplo, no depende solo del Ejecutivo sino del Congreso y el Senado, donde no todos los republicanos lo apoyan.
Si intenta aplicar impuestos a los productos foráneos de la Unión Europea o China, como ha anunciado, las cláusulas de los tratados comerciales o de la propia OMC empezarán a activarse, lo cual supone represalias de los demás países.
De ahí que el principal temor es que ese tipo de políticas sean el inicio de una guerra comercial entre China y Estados Unidos, un “desastre de dimensiones desconocidas”, en palabrasdel director general de OMC, Roberto Azevedo.
Ese juego no le conviene a ninguno porque ambos perderían, y Trump es un hombre de negocios. Según cálculos de la OMC, si Estados Unidos impone un arancel del 45% a las importaciones chinas, eso le costaría al PIB chino un tercio, pero el PIB estadounidense se reduciría a la mitad.