Hábitat III tocó a su fin el jueves. Por primera vez, Quito fue escenario de una cita planetaria de esas dimensiones.
Lo primero que habría que decir es que el interés por la temática crece, al punto de que miles de personas visitaron el territorio que lució las banderas de Naciones Unidas y además discutieron en conferencias técnicas y foros paralelos decenas de temas circundantes.
El mundo marcha irremediablemente hacia una alta concentración urbana, aún mayor que la actual. Más de 70% de las personas vivirán en el año 2050 en ciudades. Los retos son inmensos.
Producir los alimentos para esas ciudades es un dilema de todos. Luego, que las condiciones de vida sean sostenibles: evitar la tugurización, facilitar el transporte y la movilidad, superar las brechas tecnológicas y construir espacio amables que den calidad de vida y procuren llenar, no solamente las necesidades físicas – o cual ya es bastante- sino aquellas demandas colectivas y las apetencias espirituales de millones de personas. Sí, de personas con derecho a su identidad y a su propia felicidad.
Para la ciudad y los organizadores, más allá de las fallas de las largas colas y el acceso, el tráfico fue una prueba de fuego que no pudo ser superada, y era lógico suponer que nuestra topografía no iba a ayudar. Quito fue amable con los turistas y el imponente escenario del Centro llenó de alegría los ojos del mundo y los de nuestros vecinos.
Pero la Declaración de Quito deja un gran espacio para las evaluaciones.