Hervidos Tropical se ubica en la Maldonado y Quijano, una cuadra al sur de la parada Cumnadá del trole. Una gigantografía vertical, colocada en el umbral de la puerta de ingreso, identifica al lugar. También hay un rótulo con letras de hierro forjado en la pared, menos visible.
Un aroma a naranjilla cocinada recibe a los clientes. Al ingresar, lo primero que se observa es un mostrador, amplio y rústico, de madera bien cuidada. Allí, la frase ‘Cancele su pedido en caja’, escrita en letras negras sobre una hoja de papel bond, indica el procedimiento a seguir.
fakeFCKRemoveCarlos Felipe Idrovo, muy jovial, a pesar de las arrugas en su rostro y su pelo cobrizo y barba blanca, atiende con amabilidad. Está detrás del mostrador y tiene de fondo una estantería donde almacena decenas de botellas de cristal que contienen licor.
Sobresalen los envases de vidrio grandes de Guitig que salieron de circulación y un barco de madera construido a escala, custodiado por un marinero de cerámica. Antes de dedicarse a preparar los hervidos de naranjilla, fue marinero mercante en Guayaquil, a los 16 años.
Junto al aparador hay una mesa, también de madera. Sobre ella, una cocineta alargada de cuatro hornillas. Dos están prendidas para calentar los 20 litros de hervido que se venden al día.
El fuego de la hornilla más pequeña agilita el hervor de la bebida, en una jarra de fierro enlosado decorada con flores de colores, donde se coloca la porción exacta del pedido. Esa es la estrategia para no hacer esperar mucho tiempo a los clientes.
Luego de cancelar el pedido (USD 1,50 por el vaso pequeño; USD 2 por el vaso grande; USD 2,50 por el jarro y USD 8 por la botella), Idrovo arma un ‘tour’ rápido por el local de dos salas, separadas por un estrecho y corto pasillo donde está la rocola, que funciona desde hace unos 50 años.
El cliente mete una moneda de USD 0,25 y escoge la canción. Están disponibles 87 discos long play, con boleros, pasillos, salsa rancheras, baladas, etc.
La primera sala es pequeña y con cuatro mesas de madera con capacidad para cuatro personas cada una. No hay manteles. En una esquina resalta un rótulo en papel cuché: ‘Hervidos Tropical, 60 años’. Sus dueños lo usaban para participar en los pregones por las fiestas de Quito.
La segunda sala es más amplia y tiene espacio para una refrigeradora. Hay un baño y una bodega adjuntos.
En las paredes de color pastel no hay decoración y la iluminación es buena. Idrovo explica que los muebles son los mismos desde hace 63 años, cuando se abrió el local. “Aquí han venido personalidades importantes como Julio Jaramillo. Le encantaban los hervidos”.
Después del recorrido, Idrovo invita a sentarse a los visitantes y vuelve a su lugar, detrás del amplio mostrador, para dar los toques finales al hervido de naranjilla. Con un molinillo de madera mueve la bebida y el aroma envolvente se dispersa por el local. Usa un embudo para llenar los vasos.
La bebida es dulce y se siente el ácido de la naranjilla cocinada. Tiene una pizca de licor, azúcar y esencias. “La receta no la conozco ni yo, la que sabe es mi esposa. Es todo un secreto”, asegura el hombre que utiliza gorra.
Paulina García estudia Auditoría y tiene 21 años. Es cliente frecuente. Cuando la noche está fría, ingresa al local y con un vaso pequeño abriga su cuerpo. También le atrae la rocola.
Está prohibido el ingreso a personas en estado etílico. Tampoco se permite que los clientes salgan en ese estado. Idrovo está allí por un azar de la vida. Hace 54 años llegó a Quito y unos amigos le invitaron a probar los hervidos. Se enamoró de la hija del dueño y se caso, pero esa es otra historia.