Rafael Correa no necesita de Pame para ser candidato en las próximas elecciones. La Constitución se lo permite. Por ejemplo, podría optar por una curul como asambleísta nacional o provincial. O quizás como parlamentario andino. Con la invaluable ventaja de que, en cualquiera de estos casos, no tiene la más mínima posibilidad de quedar fuera. Algo difícil si se lanza a la Presidencia.
Por eso sus amenazas de botarse al ruedo deben tomarse en serio. Las posibilidades de que esté presente en la contienda electoral de 2017 están incólumes.
El asunto, entonces, no tiene nada que ver con la formalidad legal.
En esto se equivocan los adversarios políticos de Alianza País.
Diez años de triquiñuelas son suficientes para convencernos de que el correísmo puede pasarse la ley por las alforjas de ser necesario.
El problema de fondo son las contradicciones internas del oficialismo. Es decir, las luchas intestinas para redefinir el control del aparato del Estado. En la eventualidad cada vez más real de perder el Ejecutivo, los militantes de Alianza País le apuestan a todos aquellos espacios administrativos que les garantices permanencia e incidencia. Y mientras más estratégicos, mejor.
De allí la desfachatez con que han venido renovando las últimas vacantes en los organismos del Estado. Ni siquiera guardan las formas. Los concursos públicos no han sido más que competencias entre facciones del correísmo, donde la ciudadanía queda completamente marginada.
Cada grupo pugna por quedarse con una cuota burocrática que le prevenga del desamparo. En teoría –suponen–, la composición de los organismos de administración de justicia y de control de la educación superior, del Consejo Nacional Electoral o del Consejo de Participación Ciudadana perduraría más allá de Correa.
El cálculo es ingenioso, pero incierto. Con la volatilidad de la política ecuatoriana, nada está garantizado. Por ello, el mayor temor de los correístas es que a futuro les midan con su vara preferida: una relación de poder desfavorable podría terminar en un abrupto desmontaje del andamiaje populista.
¡Chao cargos y canonjías!
¿Cómo lucha por la continuidad institucional un movimiento que ha arrasado con las instituciones democráticas?
Pues creando diques. La Asamblea Nacional puede ser uno de ellos. Y Correa podría jugar un papel importante en ese propósito.
Claro: nadie se imagina al Presidente debatiendo de igual a igual en ese espacio parlamentario. Su proyecto personal más bien parece apuntar a dignidades de otro nivel, fuera de la prosaica y profana política nacional. Su comportamiento en los últimos tiempos denota escasa aprensión por lo que pueda dejar tras de su paso. La demolición institucional es brutal.
Pero al menos puede asegurarles la retaguardia a sus prosélitos.
Columnista invitado