Los cubanos, en los años 50, inventaron una guerra de guerrillas que, al aparecer puntualmente con ataques imprevisibles, desconcertaban y atemorizaban al Ejército y la Policía.
Reiterados golpes daban la impresión a la población de que ya tenían el poder y carcomían el temor que el dictador impuso. Este enloquecía y paranoicamente incrementaba la represión que le deslegitimaba más. El “modelo cubano”, tantas veces imitado, en América Latina no dio resultado. No había el contexto que lo justificara (como en Cuba una larga y cruenta dictadura), ni actores que adhieran a la causa.
El mundo actual vive algo similar, salvo que el fenómeno yihadista se generaliza y se vuelve incontrolable. El contexto de crisis económica, que parece más bien en aumento, crea para amplios sectores una pérdida de sentido de futuro. Crece la inseguridad, personal y de todo tipo, y lleva a ciudadanos y a gobernantes a una lógica paranoica, a esa angustia diaria de sentirse perseguido, de ver en el otro, hasta cercano, una amenaza potencial.
El chauvinismo, cuna de tantos males y guerras, está así de moda y triunfante, hace ver enemigos en donde no los hay. Y a los gobiernos les vuelve presos de la extrema derecha, por lo cual desmontan leyes y normas que hicieron a la sociedad más igualitaria.
Esa es la peor derrota social, una autodestrucción de lo que fue el cimiento ciudadano y la mayor cohesión de la sociedad que entonces hizo suyo al Estado y formó el Estado Nación. Ahora es la búsqueda, casi racial, de un núcleo original que se da privilegios de ser y a los otros de negarles ser parte del conjunto, nación. Se siembran así la indignación y la frustración, base para el odio y el rechazo que se vuelve el terreno propicio para las acciones yihadistas o al menos de ese rencor que dura.
Los atentados en África se multiplican. En Nigeria, Boko Haram rapta niñas y adolescentes, destruye escuelas, quiere el pasado. En el último en Burkina Faso, como en otros, se mata a extranjeros. Estos están a la defensiva, sus gobiernos quieren prohibir a sus ciudadanos visitar esos países. Es ya el inicio del encerramiento en sí mismos, de la defensiva que favorece a los que quieren ganar por la fuerza.
África es un mundo propicio para el yihadismo. En todas partes hay poblaciones islámicas, africanas negras y núcleos árabes. Buena parte del pequeño comercio lo controlan ellos. El actual crecimiento de la pobreza y el descontento son terreno propicio para reclutar cabezas que pueden encontrar atrayente afirmarse con la fuerza cuanto más que ofrecen mujeres y dinero, sino el paraíso.
El yihadismo se extiende y destruye, busca causar desastres a los oponentes, sin tener proyecto de sociedad. Se vuelve la causa de la crisis y justificación para reclutar adherentes. Su victoria son las reacciones de pérdida de sociedad y de sentido de acción de los gobiernos.
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