Los anaqueles están atestados de libros antiguos. Hay textos de hace 500 años, dejados por jesuitas. Por allí, en medio de las hileras de libros, revistas, colecciones o documentos históricos, camina Bertha Novoa.
Ella es una de las 23 personas que trabajan en la Biblioteca Nacional Eugenio Espejo, de la Casa de la Cultura. Novoa es meticulosa en el cuidado de los libros y en su preservación.
Por su experiencia en el oficio, manipula cada hoja con extremo cuidado. Dice que las huellas del tiempo y las enfermedades que aquejan a los libros, como los hongos, pueden causar daño en las personas.
Las explicaciones de la mujer, que usa dos anillos en cada mano, sobre la antiguedad de los textos están fundamentadas en sus 30 años de bibliotecaria
Aunque estudió la especialidad de trabajo social en la Universidad Central encontró gusto por estar en medio de libros.
Ella empezó a trabajar en información, cuando la biblioteca todavía funcionaba en el edificio del antiguo Banco Central. Por su juventud fue reubicada en la sección donde se ordenaban y entregaban textos. Se daba tiempo para orientar a estudiantes o a investigadores, a pesar de no tener un catálogo.
Luego, la biblioteca fue reubicada en la Casa de la Cultura y Novoa pasó a ser referencista. Este papel consistía en guiar a los visitantes.
Al mismo tiempo que cumplía con su trabajo, se daba tiempo para leer y seguir preparándose. “Este oficio no es aburrido. He trabajado en estantería de ciencias exactas e infantiles, orientando a los visitantes y también en la catalogación de libros”, dice y prefiere no revelar su edad.
Dos experimentados bibliotecarios en el centro
En las 12 salas del Centro Cultural Metropolitano se calcula que hay alrededor de 100 000 libros, de diferentes materias. Están enumerados. Acceder a uno es complicado, sin la ayuda de los bibliotecarios. Por esa tarea, ellos ganan desde USD 600.
En la Red Metropolitana de Bibliotecas se registran 32 personas como bibliotecarios. Están distribuidos en todo el Distrito. Sin embargo, en dos salas del Centro Histórico, hay la particularidad que allí están dos de los más antiguos.
Vestido con un terno, camisa blanca y corbata verde, Jorge Sevilla cuenta que lleva 44 años como bibliotecario del lugar.
Orgulloso de su oficio, dice que tiene un título universitario en Ciencias de la Información y Bibliotecología. El quiteño, de 61 años, fue parte de los 17 estudiantes que logró su título, entre 32 bibliotecarios que empezaron la carrera, en el año 2000.
Es un conocedor del fondo bibliotecario que hay en el lugar. Ha estado presente en la evolución del oficio desde cuando se elaboraban los ficheros manuales con cartulina, hasta la digitalización de esos registros.
Cuando empezó a trabajar en la biblioteca, en 1966, habían dos salas. La una era de autores nacionales y la otra, de extranjeros. El mismo escenario con el que se encontró Esthela Pillaga, quien a dedicado 33 de sus 62 años a la biblioteca.
Protegida con un mandil blanco, recuerda el episodio triste de sus inicios. Su esposo, José Luis Vera, era cronista gráfico del Municipio y falleció en un accidente durante una cobertura. Las obligaciones del hogar la obligaron a buscar trabajo.
Al principio fue difícil. “Tenía dolor y pena. Seguí cursos en la Universidad Central. Quería ser maestra, pero con esta profesión puedo guiar en todas las materias”, manifiesta.
Lleva tantos años en el oficio que hay visitantes que llegaron al lugar cuando eran estudiantes y han vuelto de profesionales.
Le dicen economista, pero es bibliotecario
Patricio Freire es bibliotecario desde hace 25 años. Estudió Periodismo en la Universidad Central y pasó por tres librerías, una de ellas la de la prensa Católica de San Francisco.
En ese acercamiento leyó mucho sobre teología, orientó a los sacerdotes y se encariñó con los libros. En 1985 halló una oportunidad para ingresar al Banco Central. Empezó en el área de canje. Consistía en el intercambio de libros con otros países.
Pasó por la hemeroteca, hasta que en 1993 se le presentó la oportunidad de hacerse cargo de la biblioteca económica. Por ese acercamiento con los números aprendió Economía.
Logró obtener una maestría en Biblioteconomía y Documentación, en España, en la Universidad Carlos Tercero. “A los bibliotecarios nos pagan por leer. Ya no somos el clásico pasador de libros”, dice Freire, quien tiene un programa de radio los jueves, en el cual habla de su oficio.