La sentencia dictada en contra de Leopoldo López condenándolo a 14 años de cárcel, en una parodia de juicio donde al acusado se le privó ejercitar en plena forma su derecho a la defensa, es una afrenta a las libertades y la confirmación que en Venezuela, más allá de las denominaciones, se vive en un estado totalitario en donde no existe el respeto mínimo a los derechos de las personas y en la que todos los poderes, controlados por un solo grupo, arrasa con cualquier principio o norma para llegar a su objetivo trazado, haciendo tabla rasa de cualquier garantía ciudadana, así éstas tengan la calidad de derechos inalienables. El poder desenmascara su real dimensión. Aquellos que reclutando ingenuos convirtieron a su país en el modelo de destrucción de un estado inundado de riquezas de toda clase, han revelado nuevamente en esta ocasión que no existe principio universal alguno, como las garantías al debido proceso o a un juicio justo, en que el acusado pueda ejercer libremente su derecho a la defensa, que les impida consumar sus abusos con miras a sostenerse indefinidamente en el poder, pretendiendo a través de la actuación de una justicia sesgada y cooptada por sus militantes desalentar a la población para que exprese su descontento en las calles, enviándoles el mensaje que esas acciones pueden terminar condenándolos a prisión.
Pero si la injusticia irrita mucho más lo hace el silencio de toda una Región que mira incólume la violación de derechos ciudadanos en el país llanero. Es insólito constatar como políticos o grupos que en su momento fueron perseguidos pero que consiguieron el pronunciamiento de gobiernos o personalidades que criticaban públicamente los abusos que se cometían en su contra, así no fuesen de su misma línea ideológica, hoy se encuentran silentes como si la causa de los derechos humanos les fuera ajena, revelando que su discurso de lealtad hacia los mismos es pura retórica esgrimida únicamente cuando les sirve para su conveniencia.
Pocas son las voces que se salvan de esta detestable actitud. Son contados los que hacen oír sus voces, aún cuando esto les provoque una andanada de descalificaciones de los incondicionales de los totalitarios. Lo hacen a sabiendas que serán excluidos de los recintos en los que pululan aquellos, que a fuerza de sobar egos de tiranuelos serán recompensados con reconocimientos oficiales, cargos burocráticos, mejor si son en el exterior o elevados a las cumbres de intelectuales por la parafernalia de adulones.
Pero las injusticias cometidas no se las olvidan en las calles. Y el run run del descontento jamás les brinda tranquilidad. Saben que, más temprano que tarde volverán a la nada de la que provinieron. Que la historia no la redactarán necesariamente sus escribas y que su paso por el poder será recordado por muchos como una época de ignominia y de atropello a las libertades. Se pondrá en evidencia que caminaron por la vía equivocada hasta que, finalmente, el tiempo haga justicia.