A tres amigos alemanes que visitaron el país en 1998 les llamó la atención la dignidad con que vestían los habitantes de Santa Elena, pese a que El Niño había golpeado con rudeza la zona. Pero no quiero referirme a quienes resuelven con el vestido una necesidad primordial, sino a quienes cuya vestimenta cumple un papel simbólico, aunque no necesariamente la lleven con dignidad.
Si bien en todo tiempo el poder local ha dado qué hablar con el papel que le da al vestido, fue el 24 de mayo cuando algunos nos sorprendimos por el modo en que lucieron la Presidenta y las dos vicepresidentas de la Asamblea. Sin entrar a calificar su buen o mal gusto, hay que decir que la imagen que reflejan de ellas y del poder que ejercen es incoherente.
En el mundo ejecutivo, los códigos de vestimenta parecen estar más definidos. El número de mujeres que participa en la vida pública es grande y sigue modelos convencionales: ministras, directoras, superintendentes y funcionarias saben qué imagen quieren proyectar. El lío empieza cuando pasamos al mundo de la política. La opción pudiera ser parecerse a Merkel, a Bachelet o incluso a Rousseff; una mezcla entre la mujer que mandaba con puño de hierro, al estilo Thatcher, y la madre de familia. Ese estilo es ampliamente aceptado y proyecta ejecutividad y sensibilidad.
¿Pero qué hay con esos bandazos que van desde el tropicalismo y el indigenismo hasta el estilo Mary Poppins o princesa Kelly?
Si a estas alturas el lector no cree que la vestimenta cumple un propósito, recordemos que la princesa Diana tenía uno claro: promover a los diseñadores del Reino Unido. Ahora, Kate Middleton no solo impulsa la industria textil británica sino que carga sobre sus hombros la tarea de renovar la imagen de una desgastada monarquía. Jacqueline Kennedy, con su manera de vestir, trataba de crear la idea más cercana posible a una casa real estadounidense.
Eva Perón comenzó como una desgarbada actriz de radionovelas y evolucionó hacia la diosa del glamour que, vestida de pies a cabeza en Christian Dior y cubierta de perlas, encarnó el imposible papel de santa protectora de los “descamisados”. Michelle Obama, en cambio, recorrió la pasarela en sentido contrario: fue de lo súper elegante a lo práctico.
Las tres más altas dignidades de la Asamblea, que compiten entre ellas sobre todo en torno a su apariencia, ¿qué transmiten? Es verdad que la Presidenta se empeña en plasmar un ideal latinoamericanista, pero ha tenido menos fortuna en ello que el presidente Correa.
Una semana antes las vimos ataviadas de indígenas. También las hemos visto llevar mangas bombachas, minifaldas y hasta vestidos de croché. ¿Qué nos dicen sus variopintos estilos? Quizás que son poco ejecutivas, que tienen una imagen no muy clara de sí mismas y de su papel. Definitivamente -y si uno no es tan auténtico como José Mujica-, en política se cumple aquello de ‘Dime cómo vistes y te diré quién eres’.
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