Recuerdo que era el día de su partida del Ecuador después de visitar Quito, Latacunga, Cuenca y Guayaquil entre el 29 de enero y el 1 de febrero de 1985. Periodistas, fotógrafos, camarógrafos, como siempre, en un “corral” aislado y distante del aeropuerto de Guayaquil, a 150 metros del avión de Alitalia.
La sorpresa, cuando todos creíamos que Juan Pablo II comenzaría a subir la escalera de la aeronave, repentinamente cambió de decisión y, rompiendo todas las normas protocolarias, se acercó para saludar con nosotros.
Desde su arribo al Aeropuerto Mariscal Sucre de Quito comenzaron los problemas. Poco después de descender del avión, de arrodillarse para besar la losa en la base aérea, caminó sobre la alfombra roja, pero se agachó para abrazar a unos niños que lo saludaban emocionados. La gente quería tocarlo; el incidente se resume en pisotones y algunos golpes involuntarios. Demasiadas personas en la base militar estrecha y poco espacio para el desplazamiento de la máxima autoridad de la Iglesia Católica.
Las autoridades de entonces decidieron redoblar la seguridad en todos los sitios que visitaba. Para las fuerzas del orden (soldados, policías, marinos) la seguridad consistía en no dejar que nadie se aproxime al Sumo Pontífice. Eso para los uniformados significaba que tampoco los periodistas nos podíamos acercar.
Los incidentes se multiplicaron, muchos reporteros simplemente rompíamos las barreras porque estábamos obligados a informar.
Gases, culatazos en las costillas, insultos. A eso nos enfrentamos, pero teníamos que cumplir con nuestra misión de informar absolutamente todo, con los detalles que eso significaba porque se trataba del primer periplo de un Papa al Ecuador, que incluía también a Venezuela y Perú. Juan Pablo II fue informado o leyó en los diarios de la época sobre estos incidentes, por eso el gesto tan humano de ir a estrechar la mano de todos los que cubrimos noticiosamente sus actividades.
También recuerdo los intentos de los políticos de entonces por aparecer en las fotos con sus mejores máscaras, con la mejor o fingida sonrisa o con caras de compungidos. Todo parecía un acto de amor entre hermanos, pero apenas el avión del Santo Padre despegó de Guayaquil volvimos a aterrizar en nuestra realidad hipócrita, la del ataque furibundo a las ideas ajenas.
Pudiera ser por eso que el arzobispo de Quito,Fausto Trávez, se anticipó a decir que “la llegada del Santo Padre a Ecuador es una oportunidad para que todos nos manifestemos unidos como Iglesia, Estado, Municipio y demostremos al mundo y al Papa que en Ecuador sí nos llevamos bien”.
Roguemos a Dios entonces que ningún político se aproveche de la visita pastoral (no política) del papa Francisco, que guarden las máscaras en el armario y que por fin comencemos a respetarnos como hermanos.
@flarenasec