Mueren los escritores pero dejan su obra que, tras la desaparición física de sus autores, queda más expuesta que nunca a la prueba del tiempo.
¿Seguirán las generaciones futuras leyendo “Las venas abiertas de América Latina” o la trilogía denominada “Memoria del fuego”? Supongo que muchos lo seguirán haciendo por mera nostalgia ideológica, pero creo que la mayoría consultará aquellas obras solo para entender esa visión –muy en boga durante la mitad del siglo pasado– que dividía al mundo entre buenos y malos, entre explotadoresy explotados; y que nos retrataba a los latinoamericanos como víctimas indefensas, irremediablemente condenados al retraso y a la pobreza por obra y gracia de un invento esencialmente perverso: el capitalismo.
Cuando leía “Memoria del fuego” tenía dificultades para aceptar que los latinoamericanos siempre hubiéramos sido tan imbéciles como para caer –una y otra vez– en las trampas que nos tendían los gringos, en los negocios y en la política. Porque, vistas bien las cosas, así es como esa serie de libros nos retrata.
Es que la obra de Galeano está atravesada por la visión romántica que, un coetáneo suyo, José Enrique Rodó, propagó antes con mucho éxito: que los latinoamericanos somos como Ariel,unos personajes sensibles y vulnerables, interesados en las cuestiones del espíritu solamente. Y que los gringos son como Calibán, ese monstruo vulgar e insaciable, obsesionado con una sola cosa: acumular posesiones materiales.
En su momento, “Las venas…” y “Memoria…” fueron leídos como libros de economía e historia, cuando en realidad son versiones interesadas, presentadas fuera de contexto, de distintos hechos que sucedieron en la región. El propio Galeano reconoció que no tenía conocimientos suficientes cuando escribió “Las venas…”. Esto habla bien de su honradez intelectual.
La obra de Günther Grass tiene, en cambio, otro alcance: “El tambor de hojalata”, su obra más famosa, es el relato del perjuicio, tal vez irreparable, que el nazismo infligió en la conciencia humana. Es una novela que debe ser leídacuando alguien ha llegado a su edad adulta porque, de otra forma, no será capaz de aquilatar el dolor moral de su protagonista, Oscar, un niño que se rehúsa a crecer y que termina internado en un hospital psiquiátrico siendo muy joven.
“Pelando la cebolla” es, por su parte, un ajuste de cuentas que Grass hace consigo mismo, sin concesiones ni excusas baratas, a la alemana. En ese libro confiesa, con vergüenza, que fue parte de un escuadrón de las SS y que, de adolescente, admiró a Adolfo Hitler y al nacionalsocialismo. Aunque jamás llegara a matar, cuenta Grass, el solo hecho de haber sido parte de esa locura autoritaria y racista le revolvía las entrañas.
@GFMABest