Susana Cordero de Espinosa, primera mujer que fue Presidenta de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
Susana Cordero de Espinosa
Cuenca, 73 años
Presidenta de la Academia Ecuatoriana de la Lengua
Preguntarme por lo bueno de ser mujer es como preguntarme por lo bueno de estar viva: amo, he amado la vida en sus contrastes e inevitables paradojas. La amo como la conozco, como me fue dada en mi condición femenina, que no recuerdo haber mirado ni sentido con rechazo, nunca, aunque evoque todavía diferencias en el trato hacia mujeres o varones, en las tías y la abuela maternas, por ejemplo que, por sobre todo, con inviolable respeto, valoraban el quehacer y la personalidad y voluntad del abuelo y de sus hijos o hermanos varones. Al mismo tiempo, creo haber intuido en el abuelo, desde muy niña, cierta nostalgia por la gracia y… la libertad de la feminidad: yo lo sentía menos libre que a las tías, que andaban en Cuenca visitando, conversando y tratando de arreglar la vida de todos, de paliar, a su manera, penas y dificultades de familias parientes o amigas. En mi niñez, para mí, su vida era más fértil, más móvil, más libre que la del abuelo materno: serio, abogado y gran liberal, ministro de Alfaro, autoexiliado más tarde en París… Después comprendí, sin nostalgia, que tareas como las del abuelo eran de mayor significación intelectual y social, y las de las tías, aún muy domésticas. Y después, porque nunca dejamos de aprender, entendí que mi vocación ¿artística, intelectual? me acercaba más al abuelo que a las tías, aunque saberlo no me hizo añorar cualidades varoniles, ni vivirlo me impelió a poner en tela de juicio mi feminidad. Tuve oportunidad de vivir en Europa, de conocer mundos donde siempre me sentí aceptada y… querida. Todo lo atribuyo al hecho de haber sido mujer y, siéndolo, haber llenado ciertas expectativas de mucha gente, gracias a la educación que recibí y a algunas otras ‘bondades’ de mi destino femenino. Por otra parte, curiosamente, todos mis tíos fueron, que yo recuerde, más débiles que sus hermanas.
Si no ha habido en mi vida razón alguna para lamentar el haber nacido mujer, sé que puede haberlas y de hecho las hay, dolorosamente, en vidas femeninas ahogadas por un machismo recalcitrante y egoísta. Mi amor por la existencia no me priva de la lucidez necesaria para comprender que he de hacer yo misma mi vida, y que la felicidad no radica en haber nacido mujer o varón, sino en haber tenido esta oportunidad ¡tan corta!, de ser un ser humano agradecido. Me gusta ser mujer por todo: por la familia, por los hijos, por mis hijas cercanas, generosas, inteligentes; por mis hijos varones, cercanos, generosos, inteligentes…
Frase: “Tuve oportunidad de vivir en Europa, de conocer mundos donde siempre me sentí aceptada y… querida. Todo lo atribuyo al hecho de haber sido mujer”.