Barack Obama ha comenzado la normalización de las relaciones con la dictadura cubana.No hay duda de que es un triunfo político total para el Régimen comunista. Washington hizo concesiones unilaterales. Cuba farfulló consignas. Es verdad que Raúl Castro excarceló a medio centenar de presos políticos y liberó a Alan Gross por tres espías. Pero sólo este año detuvo a más de dos mil opositores y aporreó a cientos, especialmente a las “Damas de Blanco”.
Antes, The New York Times (NYT) ablandó a la opinión pública con siete editoriales donde solicitaba lo que sabía que se concedería. No era la influencia de la prensa sobre la Casa Blanca. Era la Casa Blanca que influenciaba sobre la prensa. En esos editoriales estaba la hoja de ruta del cambio. Ahora se entiende la campaña del NYT. No era buen periodismo. Eran buenas relaciones públicas.
Los argumentos de Obama para revertir la estrategia de una decena de presidentes republicanos y demócratas fueron: primero, no dio resultados, y, segundo, Estados Unidos mantiene relaciones con China. Una dictadura nominalmente comunista.
Incierto. El embargo, impuesto por Kennedy, fue útil para que ningún otro país latinoamericano confiscara sin pago empresas norteamericanas, mientras contribuyó (dicen algunos estrategas) a que la Isla redujera sus Fuerzas Armadas tras la debacle soviética en 1991.
Obama deduce que, si hay buenas relaciones con China, también se deberían tener con Cuba. Pero esa premisa es discutible y se basa en una visión de las relaciones internacionales donde no intervienen los juicios morales. En ese caso, ¿por qué no tener relaciones normales con Siria si las hay con Arabia Saudita, otra tiranía islámica? ¿O tratar con indiferencia al Califato (ISIS)? ¿Que ambos matan y atropellan? En China también matan y atropellan.
Hay una regla de oro de la ética que Obama olvidó: dondequiera que pueda sostenerse la coherencia entre conducta y principios, hay que hacerlo. Puede ser sensato mantener relaciones normales con China, un gigante demográfico y nuclear, porque defender los principios puede conducirnos a la catástrofe. Igual que con Arabia saudita y su maldito petróleo, pero en Cuba es diferente.
La Isla carece de significación demográfica o económica y era posible casar los valores y comportamientos. Durante el siglo XX, muchos latinoamericanos criticaron a Estados Unidos por mantener buenas relaciones con Stroessner, Pinochet, Batista, Trujillo o Somoza. Consideraban hipócrita invocar los valores de libertad y democracia y sostener relaciones con semejantes dictadores.
Como consecuencia de ese reclamo, el 11 de septiembre del 2001 se firmó en Lima la Carta Democrática de la OEA, documento impulsado por Estados Unidos donde se perfilaban todos los rasgos que debían tener las naciones del continente para considerarlas democráticas.
De cierta manera, Obama, que cita ese documento, acaba de traicionar su esencia. Ha normalizado relaciones con Cuba, pero al precio de volver a la nefasta política de la indiferencia moral en América Latina. Esa disonancia es una desgracia.