Estoy siguiendo a mi aire, en HBOGO, la serie Masters of Sex, que retrata el trabajo pionero de William Masters y Virginia Johnson, quienes, desafiando el puritanismo norteamericano de los años cincuenta, se adentraron en un territorio minado por la represión y el ocultamiento para investigar, con observaciones directas, libreta y cronómetro en mano, las respuestas sexuales de sus compatriotas que, descorrida la cortina del pudor, no resultaron estar tan satisfechos ni ser tan respetuosos de los sermones dominicales como aparentaban.
Todavía se siente, y no solo en Norteamérica, el impacto que causó la publicación de esos estudios llevados a cabo con el tesón de los descubridores, superando desde la falta de financiamiento hasta sus conflictos íntimos. Al contemplar en la pantalla una recreación tan fiel y minuciosa de la época, la ropa, los objetos, los automóviles y sobre todo, de la atmósfera cultural, se advierte todo lo que pesaba detrás. Aunque con toques de ficción, medio siglo después no deja de sorprender la audacia de los investigadores para provocar y medir, en el consultorio, las prácticas sexuales con el fin de desarrollar terapias para las ‘disfunciones’ comunes.
Desde un punto de vista estético, la serie alcanza el nivel de Breaking Bad, House of Cards o Madmen, cuya recreación del ambiente de 1960 era alucinante. De hecho, la primera esposa del doctor Masters nos recuerda de inmediato a la esposa de Don Draper, ese protagonista de Madmen que estaba inventando el lenguaje de la publicidad para vender desde un detergente hasta un presidente mientras se acostaba con todas las que se ponían delante.
Cuando la televisión logra la calidad del cine, el cine busca nuevos caminos. Basta otro clic en la misma cadena para ver ‘El aullido’, película experimental basada en el célebre poema de Allen Ginsberg. Publicado en 1956, Howl causó una conmoción tremenda gracias a que fue prohibido y le plantearon un juicio por obscenidad a su editor, Lawrence Ferlinghetti, poeta también y dueño de la librería de San Francisco, City Lights, donde paraban emblemas de la generación Beat como Kerouac y Burroughs.
Con la sobria actuación de James Franco en el papel del Ginsberg de 1957, la trama se construye con declaraciones del poeta, quien explica el gran viaje de su proceso creativo y la utilización del habla cotidiana y los alucinógenos para desnudar, con hiriente franqueza, su condición de homosexual frente al poder. Esto se va intercalando con la recreación del primer recital de Howl y la animación sicodélica de sus versos, al tiempo que avanza la audiencia del juicio donde diversos intelectuales defienden el aporte literario del poema hasta que el juez absuelve al editor en nombre de la libertad de expresión.
Así, la naciente sexología y una poesía con ritmo de jazz, junto con la píldora anticonceptiva, ayudarán a gestar la revolución sexual y cultural de los años sesenta.