Parecía una foto antigua. Una mesa llena de líderes de la izquierda del establecimiento, pronunciando discursos y lanzando ideas y consignas viejas que cautivaron hace muchos años, pero que suenan poco creíbles si las contrastamos con la realidad.
Nadie sabe qué hacía en esa mesa el máximo dirigente de Unasur, votado por unanimidad de los países entre los que están gobiernos de distintos signo: la derecha de Paraguay, la centro derecha de Colombia o Perú, el populismo peronista y utilitario que lidera una multimillonaria, o la izquierda moderada del Brasil de Dilma o del Chile de Bachelet.La izquierda de un país que guarda las formas institucionales como Uruguay y las versiones del supuesto socialismo del siglo XXI con la puesta en escena del populismo chavista que demuele a pedazos Venezuela o que se enquista en el poder de Bolivia con posibilidades de otra reelección. En ese paisaje y junto al derrocado Manuel Zelaya, que no encontró en su tierra el buen lugar para morir que otros dijeron anhelar , estaba el Gobierno anfitrión.
El Régimen de Alianza País sigue reivindicando el origen de izquierda de su discurso que alentó el programa de Gobierno del 2006. Se niega a aceptar que la puesta en escena pragmática de todos estos años le vació de aquel contenido. Esa foto se empezó a esbozar con la Marcha por el Agua de hace año y medio y tuvo forma más nítida en las manifestaciones del 17 de septiembre.
Esa realidad política, que apenas podría ser el prólogo de un punto de inflexión, descoloca a un movimiento que no atina a reaccionar ante la nueva realidad.
La izquierda está en la calle, en las marchas de los trabajadores y los indígenas, en las sospechas de los sectores sociales que no confía en los contenidos de un Código Laboral que perciben será regresivo. La izquierda está consciente que le arrebataron el sueño verde de preservar intacta, al menos, una parte del Parque Nacional Yasuní y que su apuesta por bloquear los acuerdos comerciales fue soslayada.
Esa izquierda de la calle no fue a la Casa de la Cultura que albergó a una nomenclatura burocrática y espesa y que percibe que la izquierda se fue de Carondelet hace rato, espantada acaso por los fantasmas del viejo palacio o por la curtida puesta en escena de un Régimen al que le funcionó a la perfección el discurso revolucionario, alimentado por una propaganda que construyó lemas, levantó banderas, agitó y polarizó al país debilitando con la descalificación al distinto, con la teoría de la demolición de la prensa independiente, con el acoso a los que no pensaban lo mismo.
Todo iba sobre ruedas mientras se ganaba elecciones y consultas sin parar, aunque en el camino hayan quedado viejos compañeros con anhelos de utopías revolucionarias que en el fondo nunca se quiso reproducir, como no sea en el discurso. Algo de esa amargura bebieron los izquierdistas de la nomenclatura internacional en una carta contundente que le envió la izquierda que ya no está más en el proyecto RC.