No he tomado vacaciones. Por razones de peso como es concluir un trabajo autoimpuesto dejé mis ocupaciones habituales y desaparecí. Paz y soledad. Ello no obstante, resultó imposible aislarme del todo. El otro yo que tiene ideas propias y campea por sus fueros se las ingenió para que me llegara EL COMERCIO. Demediado, así, el afán de sustraerme de lo que acontece en el mundo. El retorno con un fardo a cuestas, el que todos llevamos, la situación del país, con su carga de desencuentros y follones.
Como no puede ser en otra forma, sostiene el álter ego. Debo darle la razón. En un espacio geográfico pequeño se miden los que perdieron el tren de la historia y aquellos cuyos empeños se orientan a llegar a la modernidad. Los que medraron de una revolución que nunca llegó y tienen la cara dura de cuestionar caminos que sí llevan a la justicia social. Esos demócratas que fueron servidores de la oligarquía plutócrata y con malabarismos dialécticos pretenden demostrar que el número, la mayoría, no es fuente de legitimidad. Los sabios educadores, los que se oponen a todo, y fueron incapaces de salirles al paso a los bárbaros del MPD y de la UNE. Los mismos de los mismos en el poder: de instituciones republicanas sólidas, ni hostia.
Me choca pero no me quita el sueño la reelección indefinida, o que la consulta no va por narices. Al gobierno del presidente Correa le veo embarcado en planes y programas de gran aliento. Aquellos que demandan tiempo. Inclusive a detractores furibundos se los ve definir como necesarias las transformaciones que van produciéndose en materia educacional. Los resultados palpables se los verá a mediano plazo y unos años después del retorno de los miles de compatriotas que se hallan efectuando estudios de posgrado en el exterior. Igual, exactamente igual, los pasos que van dándose y que nos conducirán al cambio de la matriz productiva.
Tiempo al tiempo. “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”, según Nelson Mandela. Pasar del subdesarrollo en que nos hundíamos a ser un país que sabe aprovechar sus recursos naturales, eso es para nosotros cambiar el mundo, pues todo vendrá por añadidura. De la pobreza tan solo se desciende a la miseria, a la ignorancia, a la dependencia.
No sé hasta qué punto sean tendenciosos los cuestionamientos que circulan, dentro y fuera del país, sobre el desastre que se nos viene encima. Si el Gobierno no frena, se asegura, su afán de llegar a objetivos que van más allá de las posibilidades reales tanto del propio país como de su capacidad de endeudamiento externo, lo que nos espera es la paralización de promisorios y programas e inclusive de los sueños de bienestar relativo que comenzaron a ser realidades concretas. De producirse una catástrofe monetaria, digamos, adiós a la reelección.
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