Hace pocos días ha fallecido Manuel Chiriboga, luego de una penosa enfermedad. No lo conocí personalmente pero, para quienes persistimos en la tarea de auscultar los entornos y emitimos una opinión personal con el único propósito de expresar un punto de vista sobre la situación que nos envuelve, era un referente. Sus primeros trabajos publicados por los años ochenta fueron herramientas que sirvieron de aproximación a la realidad del mundo rural ecuatoriano, principalmente aquella que tenía que ver con los cultivos de la Costa. En sus escritos afloraba la matriz ideológica de la que provenía, que no era otra que la que estaba en boga en esos tiempos, que cualquier cientista social de la época no podía eludirla salvo que pretendiese constituirse en un apóstata. Sin embargo, aquello no restaba importancia a sus trabajos, donde el rigor intelectual de las investigaciones realizadas era evidente. Décadas más tarde, la vida le enfrentó a un reto mayúsculo: emitir sus opiniones, como erudito en la materia, sobre los acuerdos comerciales que el país buscaba cerrar tanto con Estados Unidos como con la Unión Europea.
Allí se develó la estatura intelectual y la transparencia de Chiriboga. Convencido de que tales acuerdos iban a reportar más beneficios que inconvenientes al país, no dejó de participar en cuanto foro fue requerido para expresar su opinión. Además, sin renunciar a su convicción de lo que decía, lo hacía bajo la íntima creencia que aquello iba a ayudar al desarrollo del país; y, por ende, a brindar oportunidades a los menos favorecidos. Bregó para que estos acuerdos sean negociados en los términos más convenientes para la nación.
Fueron en sus exposiciones en las que se difuminaban resquemores que podrían existir ante la firma de tales acuerdos. Su conocimiento y autoridad sobre los temas que explicaba eran argumentos contundentes para avanzar en una línea en la que ya se habían adelantado otros países del continente. Convencido de sus conclusiones no dudó en expresarlas, aun cuando aquello, en cierta forma, lo colocaba en una posición diferente de la que mantenían algunos de sus antiguos compañeros de tareas académicas.
Lo que hizo Chiriboga fue una verdadera lección de transparencia intelectual, algo ausente en el mundo de ahora en donde los intereses y los egos son las razones de silencios incomprensibles o de estridencias huecas. Alcanzó a ver la suscripción del acuerdo con la UE en el que, sin duda, habrá elementos de su impronta. Pero quizás su principal legado es haber sostenido sus ideas, aun cuando estas podían encontrarse en las antípodas de lo que sostenían grupos a los que era cercano. Esa es una demostración fehaciente de lo que debe ser la tarea intelectual, que demanda sostener las convicciones a las que se arriban si éstas se construyen por fuera de influencias interesadas, pese a quien le pese. Así es como se ganan el respeto los seres superlativos, escaso conglomerado del que Chiriboga formó parte.