En esta imagen del 2010 Ama María Matute posa para la prensa el día en que dio su discurso por el Premio Cervantes. Foto: AFP
“El que no inventa no vive”, decía Ana María Matute, la niña que comenzó a escribir a los 5 años y que ayer (25 de junio de 2014) se ha ido para volver a su bosque y seguir fabulando en compañía de sus duendes y hadas, para inventar y no perder ese “mundo de papel” que le salvó la vida en la tierra.
“La literatura ha sido el faro salvador de muchas de mis tormentas”, dijo en el discurso de entrega del Premio Cervantes, que le fue otorgado el 2010, esta dama de las letras españolas, que a sus 88 años seguía siendo una niña con cabellos blancos, llena de luz, ternura y picardía.
Una idea que siempre repetía la escritora catalana, que descubrió desde niña que la imaginación, el cruzar al otro lado del espejo, como Alicia, era lo mejor para despistar los zarpazos ásperos de este mundo. “Yo lo he pasado muy mal, pero también muy bien. He vivido muy intensamente el dolor y la felicidad, pero a la literatura grande se entra por el dolor y las lágrimas”, advertía.
Esta ‘maga del bosque’, como le gustaba calificarse, creó un mundo narrativo propio, lleno de unicornios, trasgos, duendes, cuartos cerrados y paraísos inhabitados, con los que buscó su lugar en el mundo.
La Edad Media, la infancia, la injusticia social, los marginados, la incomunicación, la guerra y la posguerra, y la otra orilla, porque ella siempre se ha situado “al margen”, son los temas que centraron la gran obra de este mujer, que nació en Barcelona en 1925, y que a los 17 años escribió su primera novela, ‘Pequeño teatro’. Una obra que para ser publicada necesitaba el permiso de su padre y así lo pudo hacer ocho años más tarde.
Libre, moderna, rebelde, Ana María Matute siempre dijo que la palabra era “lo más hermoso que se había creado” y que su sitio era “el bosque” y ese fue el tema, precisamente, que escogió para su discurso de entrada en la Real Academia de la Lengua en 1998, para ocupar el sillón ‘K’.
“El bosque es para mí, el mundo de la imaginación, de la fantasía, del ensueño, pero también de la propia literatura y, a fin de cuentas, de la palabra”, dijo.
La narradora es autora de títulos imprescindibles como ‘Torre vigía’, ‘Olvidado Rey Gudú’, ‘Aranmanoth’, ‘Los soldados lloran de noche’, Premio Fastenrath de la Real Academia Española; ‘Los Abel’, ‘Fiesta al Noroeste’, Premio Café Gijón; ‘Pequeño teatro’, Premio Planeta; ‘Los hijos muertos’, premio de la Crítica, en 1958, y Premio Nacional de Literatura en 1959 o ‘Primera memoria’, Premio Nadal en 1959, entre otros.
También creó una inabarcable obra para jóvenes y niños, con cuentos, y como creadora de cuentos para niños, obtuvo también el Premio Nacional de Literatura Infantil por ‘Sólo
un pie descalza’.
“La Matute”, como le gustaba que la llamaran, se manifestó muy en contra de la idea de lo políticamente correcto en los cuentos que se escriben ahora. “Lo políticamente correcto lo fastidia todo. Ahora no le puedes leer a un niño un clásico, que son fabulosos, porque hay que decirles amén a todo y al final la Caperucita se hace amiga del lobo. Y esto no es así, porque en la vida te vas a encontrar lobos tremendos…”, decía en una entrevista.
Además, para la autora la infancia, como para Rilke, “es todo y nos marca a todos de una manera tremenda”. “A veces la infancia es más larga que la vida”, escribió en ‘Paraíso inhabitado’.
Poseedora de una larga nómina de premios, también perteneció a la Hispanic Society of America, y la Universidad de Boston tiene una biblioteca con un fondo llamado ‘Ana María Matute Collection’. El mundo narrativo de Matute navegó entre los hermanos Grimm, Andersen, Perrault, Proust, Rilke, Chejov, Faulkner o Poe.