Jesús dijo a Pedro: “Tú eres Pedro, o sea piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las fuerzas del Infierno no la podrán vencer” (Mateo 16.18). Con Pedro y los sucesores se cumplió la indefectible palabra del Señor. Con Francisco, también hoy con excelsitud. No buscó ser Papa pero la asistencia del Espíritu Santo, que siempre acompañará a la Iglesia, lo sentó en la silla de Pedro. En el instante, necesario, conveniente, oportuno. La crisis era vidente. Las fuerzas tenebrosas habían ganado mucho terreno. El Señor de la casa no podía ser juzgado por el comportamiento de muchísimos de los sirvientes. Llegó Francisco, el discípulo simple y sincero, rebosante de sencilla pureza y cristiana alegría, el hombre que encarna la exhortación del Maestro: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. El siervo de siervos que, como Jesucristo, no vino a juzgar y condenar, sino a vivificar el perdón y la esperanza, curando heridas y tristezas de la humanidad.
Gil Flores Serrano