Un día como hoy, hace tres años, un joven y risueño Presidente tomaba juramento. Era el día de los sueños y los símbolos de las proclamas de cambio y las esperanzas por una vida mejor.
A esta altura, y en condiciones de ciclos políticos normales, el Gobierno estaría entrando en su último año de mandato, se presentarían candidaturas y se exhibirían obras públicas y logros concluidos, desde la perspectiva oficial y abundarían las críticas desde la oposición.
Pero no. Aquí, el proceso rompió etapas y precipitó procedimientos en pos del cambio anhelado y las transformaciones surgieron desde la consulta a la Asamblea, desde la Constituyente a la Constitución, desde la utopía de la revolución ciudadana a la revolución fallida que hoy tenemos.
Hoy el rictus sonriente trocó en mueca irritada. El celofán de la revolución ética no se puede ni siquiera nombrar después del bochornoso e histórico episodio de las andanzas de Fabricio y los millonarios contratos de las empresas presuntamente vinculadas.
De la revolución ambiental se desvanecieron los últimos discursos. Ni los pajaritos ni las flores de la propaganda oficial resisten el último embate político de la declaración altisonante del Mandatario y la voluntad de extraer el petróleo del ITT, cuando al mundo se le vendió la idea de un fideicomiso para dejar al petróleo bajo tierra. La inexplicable reacción de un Presidente que, al decir de Roque Sevilla, estaba informado al detalle de los pasos seguidos y, justo cuando se disponían a concretar el ofrecimiento de más de USD1 700 millones, patea el tablero.
Además, abre otra grieta en la ya desvencijada unidad monolítica y vertical con la que el Gobierno maneja todas las cosas en este modelo de híper poder concentrado. Con la salida de Fander Falconí, con el apoyo solidario de Alberto Acosta y la presencia de algunos personajes políticos en el acto en que el ex canciller explicó sus desacuerdos, la línea verde -por ambientalista- de una izquierda más conceptual y de contenido se distancia del Gobierno.
Al desnudar del ropaje socialista del siglo XXI el Régimen se mira solo frente al espejo y por más que Ricardo Patiño anuncie radicalizar la revolución, la partida parece que la ganan los pragmáticos de algún círculo y la “praxis” se convierte en afán de supervivencia sostenida sobre la hasta ahora convincente y millonaria propaganda oficial, el clientelismo rampante y la siembra de esperanza en la frustración por décadas contenida de los marginales y los pobres que siguen apuntalando el discurso cada vez más vacío, cada vez más retumbante, cada vez más gastado.
Por que si se gastó el mecanismo de la propaganda, se agotó buena parte del capital político (basta ver todas las encuestas y el deterioro es evidente, precipitado de abril a enero). Se agota también la imaginación.
Y los pobres aparcados a la vera de las promesas incumplidas.