En este Gobierno, más que en ningún otro, salen a la palestra de la opinión pública en calidad de responsables de las grandes políticas de Estado, ciudadanos y ciudadanas que dan la impresión de haber permanecido en la penumbra de sociedades secretas en las que mentes desveladas no hacían otra cosa que tratar de hallar las claves que nos permitieran explicarnos el porqué nuestro país se iba hundiendo en ese subdesarrollo empantanado propio de aquellos considerados como inviables. Lo jodido del caso ecuatoriano era que contábamos con importantes recursos naturales y un pueblo acostumbrado a trabajar de sol a sol para ganarse el sustento.
Uno de aquellos que perdieron el sueño, y desde muy temprano, es Raúl Vallejo, hasta hace poco Ministro de Educación, a quien tanto le debe el país. En un artículo de opinión, publicado en EL COMERCIO (3 de septiembre, 2005) con el título “El Estado Ausente”, Vallejo develó una de esas claves: “El Estado ausente carece de políticas para el bienestar de la gente y, al mismo tiempo, es incapaz de lograr que los ciudadanos asuman con responsabilidad sus actos”. “El Estado ausente carece de ejercicio de la soberanía y, al mismo tiempo, de seguridad jurídica por eso todos creen que la Ley se puede negociar”.
Los catecúmenos que en aquellas sociedades insomnes se instruían en los misterios de la conducción política del Estado debieron necesariamente planificar el futuro soñado una vez en el Palacio de Carondelet. Katiuska King, la nueva Ministra de la Política Económica, egresada de la Universidad de Lovaina como Rafael Correa, al explicar los ‘momentos’ que contempla el plan de Gobierno, se refiere también al ‘Estado ausente’ en los siguientes términos: “En los tres primeros años del Gobierno, que fue el primer momento, nos enfocamos principalmente en recuperar las capacidades estatales. Encontramos un Estado caótico, que no existía, que tenía pocas capacidades de planificación y regulación, con instituciones que duplicaban funciones, sin una visión de a dónde ir”.
La presencia del Estado, cuando esto supone la voluntad y la decisión de cambiar una realidad sufrida por generaciones, como es comprensible, despierta la furia de quienes se acostumbraron a vivir en una isla de paz, la tierra de nadie, a lo mejor con Dios que todo lo perdona, pero sin Ley.
No se justifica la presencia del Estado si este no responde a los dictados de la ley, base y sustento de la convivencia social. ¿A dónde iría a parar una revolución ciudadana, si quienes la mentalizaron y pusieron en marcha se dejan llevar por compromisos personales? El presidente Correa haría bien en sacudirse de esa rémora que para el futuro de su gobierno es nada más ni nada menos que el Fiscal General de la Nación, Washington Pesantez. ¡Conmínelo a que renuncie a tal cargo!