El árbol de Navidad se ha convertido en uno de los elementos centrales de esta fiesta. Prácticamente no hay hogar en el mundo occidental en el que este símbolo navideño no se encuentre. Sin embargo, no siempre fue tan omnipresente
ni siempre estuvo relacionado con la celebración del nacimiento de Jesús en Belén.
De hecho, la Biblia no hace alusión a ningún rito judío asociado a los árboles en el Antiguo Testamento. Incluso, como señala el periodista Javier Flores en un artículo publicado el 7 de diciembre pasado en el portal de National Geographic, el profeta Jeremías criticaba en el siglo VII a.C. a los pueblos que “un leño con plata y oro lo adornan; con clavos y martillos lo afirman para que no se mueva”. Esto por el rechazo israelita a cualquier representación religiosa.
Y en el Nuevo Testamento, donde se narra una parte de la vida de Cristo y sus discípulos, tampoco hay menciones específicas del tema. Ni siquiera todos los evangelios hacen mención al nacimiento de Jesús.
En parte, por ello la Navidad no fue una fiesta oficial sino hasta el siglo IV d.C.; y en cuanto al árbol, el citado texto de National Geographic señala que entre los siglos II y III de nuestra era, el líder cristiano Tertuliano criticaba a los seguidores de Jesucristo por colgar laureles en las puertas de las casas y encender luminarias durante los festivales de
invierno, tradición pagana de los habitantes del Imperio Romano. Pero se atribuye a los celtas la costumbre de decorar robles con frutas y velas en el solsticio de invierno. Se presume que buscaban reanimar al árbol y asegurar el regreso del Sol y de la vegetación.
Una vez oficializado el cristianismo como la religión de Roma, en el año 380, por parte del emperador Teodosio, sus líderes intentaron desechar las costumbres paganas, pero no siempre tuvieron éxito. Y optaron, más bien, por integrarlas. A ello se atribuye, por ejemplo, el establecimiento oficial en Occidente, en el año 386, del 25 de diciembre como el día del nacimiento de Jesús, puesto que coincide con la fiesta de la luz que celebraban varios pueblos.
En cuanto a la simbiosis entre la Navidad y el árbol, una teoría apunta a que en el siglo VIII había un roble consagrado a Thor en la región de Hesse, centro de Alemania.
Cada año, en el solsticio de invierno, se le ofrecía un sacrificio. El misionero Bonifacio taló el árbol ante los lugareños y, tras leer el Evangelio, les ofreció un abeto, un árbol de paz que “representa la vida eterna, porque sus hojas siempre están verdes” y porque su copa “señala al cielo”.
Sobre los regalos, la versión más aceptada atribuye la costumbre a la generosidad de San Nicolás de Bari, quien vivió en el siglo IV, y es considerado el antecedente religioso de Papá Noel o Santa Claus.
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