En el conjunto de conmemoraciones del Bicentenario de la Independencia de Quito y del Ecuador destaca de manera especial el 2 de agosto de 1810. Fue cuando los ejércitos virreinales de Perú y Santa Fe asesinaron a los patriotas que se encontraban prisioneros en el cuartel de la Real Audiencia.
Desataron, además, su furia y destrucción contra la ciudad durante la tarde y noche de ese fatídico día. De esta manera, con sangre de sus hijos, pagó nuestra capital su deseo de libertad y autonomía, que los había manifestado por reiteradas ocasiones, durante los tres siglos de dominio hispano.
Para algunos historiadores se llegó a sacrificar al 10% de la población asentada entonces en Quito. Las diversas juntas de Gobierno que se habían proclamado durante ese año de 1810 en Caracas, Bogotá y otras lamentaron y protestaron por semejante crimen. En la capital venezolana, el 3 de noviembre de ese año se celebraron exequias honoríficas por estos mártires de la Independencia sudamericana.
Así, en el crucero de la iglesia de Altagracia, bajo un baldaquín negro con estrellas de plata, se alzó un catafalco, en cuyo centro se levantó una pirámide de jaspe violado, que terminaba en un vaso etrusco. Allí ardían antorchas, mientras delante de la pirámide se podía ver a América sumida en dolor profundo.
Ahí se encontraban también los escudos de armas de Quito y de Caracas, con las siguientes líneas al pie: para aplacar al Altísimo irritado por los crímenes cometidos en Quito contra la inocencia americana, ofrecen este holocausto el Gobierno y el pueblo de Caracas.
En las paredes se habían insertado inolvidables leyendas como las siguientes: “’. ¡víctimas de la libertad de Quito, descansad por los siglos en el fondo del sepulcro! Ruiz de Castilla perecerá bien pronto’. Caracas enjugará las lágrimas de vuestros padres, hijos y esposa. La vida nace de la muerte. La esclavitud de Quito producirá la libertad de la América Meridional!’”
Los quiteños, tiempo después de la masacre, por disposición del obispo José Cuero y Caicedo también celebraron funerales.
El elogio le correspondió a Miguel Antonio Rodríguez, clérigo que más tarde sería autor de uno de los proyectos de la Constitución Quiteña de 1812.
Él dijo: “Y vosotros, mártires de la patria, descansad ya en el lugar tranquilo de reposo que piadosamente creemos os ha tocado en suerte, superiores a las injurias del tiempo, a los arbitrios del odio y a los tiros de la maledicencia’ la posteridad más justificada, talvez, y mejor instruida que la edad presente, recomendará vuestro mérito a los que hicieren y vuestra muerte será el objeto de la emulación de todas las almas nobles que aspiren a cubrirse de gloria”.
Setenta y siete años más tarde, el canónigo González Suárez, el 10 de agosto de 1887, en la propia catedral expresó: “En todas las colonias se despertó una simpatía poderosa respecto de las víctimas, cuya sangre vino a ser como la causa de la independencia del nuevo continente: la llama del patriotismo prendió en todas partes”.
El 2 de agosto del 2010, las academias Nacional de Historia y Nacional de Historia Militar celebraron una misa de réquiem por los patriotas, pues las generaciones presentes experimentamos los mismos sentimientos de agradecimiento e indignación que vivió contemporáneamente a la muerte de los patriotas el pueblo de Quito.