El 28 de Diciembre de 1521, Martín Lutero comparece ante Carlos V en la Dieta de Worms y se niega a retractarse de sus críticas a la Iglesia. PICASA. commons.wikimedia.org
Han pasado 500 años desde que un monje agustino causó, quizás sin pretender tanto, una profunda revolución religiosa en el corazón de Europa.
La imagen de Martín Lutero continúa generando pasiones, debates y homenajes, y su legado es objeto de permanente revisión. Lutero es visto como el padre de muchas cosas. Todas las religiones ‘evangélicas’, que prefieren llamarse cristianas, tienen una deuda con él, incluyendo las que nacieron en Estados Unidos y se expandieron por América Latina.
La lectura de la Biblia en alemán, traducida por el mismo Lutero, terminó por fortalecer a ese idioma, y eso a su vez reforzaría con el tiempo la conciencia de que Alemania debía ser una nación y no una colección de estados medievales. El arte también, sobre todo la música, que en ese entonces estaba controlada por la Iglesia Católica.
Gracias a Lutero, los laicos pudieron integrar coros y presentarse en los templos, y no solo en latín sino en alemán. Lutero comprendió el valor de la música para calar en las masas y, por ejemplo, él mismo escribió letras religiosas para adaptarlas a melodías tradicionales: el público analfabeto se las aprendía y repetía. Cantantes de hoy como Jesús Adrián Romero le deben bastante al monje alemán.
Es verdad que los historiadores cuestionan la veracidad de la acción más heroica atribuida a Lutero, quien el 31 de octubre de 1517 habría clavado una carta en la puerta del Palacio de Wittenberg. Ese papel contenía las ahora famosas 95 tesis con que Lutero, teólogo oriundo de una población de Sajonia y atormentado con la idea de la salvación personal, cuestionaba y pedía un debate sobre la venta de indulgencias.
La indulgencia es, porque sigue vigente, una forma de perdón que el fiel obtiene en relación con sus pecados por la mediación de la Iglesia. La indulgencia también se puede obtener para un difunto, y en esa época se pagaba para obtener documentos que aseguraban el indulto de castigos en el más allá de padres o hijos. Se dice que Lutero no clavó nada, o que lo hizo en noviembre de ese año. Lo más probable es que, para propiciar ese debate, haya enviado su tremenda carta al papa León X, al arzobispo de Maguncia (Mainz), a algunas universidades del Sacro Imperio Romano Germánico y a algunos amigos.
Uno de esos amigos reprodujo esa carta mediante la imprenta, y algunos lectores a su vez reprodujeron más. Así nació el primer documento ‘viralizado’ de la historia’. En 1518, toda Europa (la que no era analfabeta, claro) ya había leído el famoso papel y Lutero era tan conocido como el emperador Carlos V, quien en abril de 1521 convocó a Lutero a Worms para exigirle que se retractara de sus tesis. Lutero respondió que no se retractaría a menos que le mostraran en qué parte de la Biblia decía que estaba equivocado. Ahí estuvo la clave que lo cambió todo y que aún hoy marca la división entre católicos y evangélicos.
¿Dónde estaba que comprar indulgencias era el boleto al paraíso? Lutero añadió que no creía en las palabras de papas ni concilios porque su tendencia era el error. Ese fue el germen de la Reforma y de las iglesias cristianas que desconocieron la autoridad del Papa y su infalibilidad en cuestiones de fe. Por supuesto, es ingenuo pensar que el impacto de las palabras de Lutero (“Yerran aquellos predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del Papa”) tuvieron impactos en el orden religioso solamente, sino que hay que considerar el aspecto político.
Varios príncipes alemanes del Imperio estuvieron de acuerdo con Lutero y lo defendieron, unos sinceramente convencidos, y otros porque ansiaban un cambio en el Imperio Sacro Germano. Uno de los más destacados fue Federico III de Sajonia, llamado el Sabio porque fue mecenas de Durero y fundó la Universidad de Wittenberg, en la que Lutero comenzó con sus estudios que acabarían por provocar el cisma religioso.
Federico III protegió a Lutero al punto que fabricó un ‘secuestro’ para ponerlo a salvo, porque a esas alturas los obispos querían mandarlo a la hoguera. También fue importante que Federico III, quien no renegó de su fe católica, prohibiera la venta de indulgencias en su territorio, en una medida que fue más política que religiosa, pues el dinero estaba destinado a la construcción de la Basílica de San Pedro, en Roma.
El dinero alemán, para los alemanes. La acción de Federico III también fue clave para que Carlos V aceptara lo increíble: que cada uno de los 360 príncipes alemanes pudieran elegir ser católicos o luteranos según su conciencia. Lo hizo para pacificar su Imperio y tenerlo unido para enfrentar el avance de los turcos, aunque el principio del ‘cuius regio, eius religio’ fue polémico, pues los súbditos de los príncipes debían seguir la religión de su señor. Si no, venían las confiscaciones.
Visto como patriota germano por unos y como precursor de las libertades religiosas, Lutero también tuvo defectos. Fue muy severo con los judíos y se portaba intolerante con respecto a otras religiones, lo cual fomentó que sus seguidores se comportaran de la misma manera.
Y eso causó guerras devastadoras, como la de los Treinta Años. Las acciones de Lutero, finalmente, propiciaron que la Iglesia Católica reaccionara. La respuesta fue la creación de la Compañía de Jesús, el nacimiento de la Inquisición y de los seminarios. Pero esto ya es materia de otro análisis. Por lo pronto, esta es la semana de Lutero y de su herencia.