En Calacalí puede acercarse a animales en granjas. Fotos: Marcelino Rossi / EL COMERCIO
Algo pasa en Calacalí. Algo de lo que los abuelos se sienten orgullosos de hablar cuando se reúnen en la plaza central, donde pretenden romper la realidad que por más de 60 años se adueñó del sitio: mientras los niños vivían aventuras explorando bosques, los jóvenes se alejaban de su familia y amigos para buscar mejores días en Quito.
Allá echaban raíces y no volvían. Eso era, para la población, sinónimo de triunfo. Pero la nueva generación se rebeló.
Al menos 15 emprendimientos comunitarios buscan levantar a esta parroquia rural y posicionarla como un destino turístico. La mayoría de los visionarios son jóvenes que se niegan a vivir y morir lejos de la tierra que los vio nacer.
No. Calacalí no es solo la tierra de las minas de cal que se usó para construir la ciudad en la época hispánica. Tampoco se conforma con tener en su territorio la única comunidad de América que vive sobre el cráter de un volcán potencialmente activo, el Pululahua, y al que según sus pobladores aún se siente rugir. Este poblado abrazado por montañas, donde casi el 30% de la población vive de la agricultura, es más.
Cuando Alfredo Guamaní, de 29 años, habla de su parroquia, lo hace con orgullo y convicción. Debió salir unos años a la capital para estudiar Gastronomía, pero regresó con la misión de emprender. Da la bienvenida al restaurante que levantó en su casa y que bautizó como El Patio Organic Tradicional Food. Tiene su propia huerta, de donde obtiene el 60% de los ingredientes. El resto es de otros emprendimientos de su parroquia.
Al entrar en el local, un corredor con orquídeas recolectadas en el Pululahua y en el bosque nublado de Yunguilla por Iván Quishpe, otro emprendedor, da la bienvenida. Sobre las mesas de madera hay floreros hechos con envases de botellas de la cerveza artesanal La Quiteña, que también se elabora en Calacalí. El desayuno incluye hongos comestibles del emprendimiento de Ricardo Viteri, de Rayocucho.
Los espacios para caminar observando la belleza natural de Calacalí son parte de los atractivos que ofrece esta parroquia.
Luego del desayuno (con arepas de maíz y mortiño fresco de la zona) Killa Terán, de 23 años, otra moradora, invita a conocer su huerto de tomate de árbol, cilantro, brócoli, col…
Los visitantes forman un círculo mientras en el centro Killa prepara una ofrenda para la madre tierra. Como parte del servicio se incluye una caminata hacia el mirador Sachañán, donde hay un culunco que la comunidad recuperó. Killa unta aceite perfumado en las manos de la gente y, en kichwa, agradece al agua, a la tierra y al fuego. Los recorridos incluyen comida y visitas a bosques y al centro de la parroquia y cuestan de USD 8 a 13.
A Alfredo, el liderazgo le brota por los poros. Es coordinador del grupo de jóvenes comunicadores de la mancomunidad del Chocó Andino, también pertenece al grupo de jóvenes de La Delicia y es representante de la Asamblea zonal de su barrio. Para él, el trabajo mancomunado y la solidaridad mueven montañas. Una vez al mes, su equipo alimenta a personas de escasos recursos en el comedor parroquial.
También representan al gremio de turismo Calacalí, que tiene unas 60 personas, como Manuel Trujillo que vende truchas en El Golán, Ana Cajas que es dueña de un huerto orgánico y Nulvia Perugachi que vende cheesecakes de la fruta que al cliente se le ocurra.
La Rinconada de Rayocucho es un respiro. Iván García, el dueño, asegura que pasar la noche allí es sanador. Rodeado por montañas, a lo largo de 80 hectáreas se puede montar a caballo, ordeñar vacas, abrazar a conejos o alimentar a las tres avestruces. La visita incluye conocer el trabajo del campo y dormir en carpas. Se puede pasear en la noche, hacer pizza y pan en hornos de leña y una fogata. El fuego, dice, une a la familia. El hospedaje, la cena y el desayuno cuestan USD 20.
Otra opción es visitar la casa-museo de Carlota Jaramillo, donde se pueden ver su cama, la ropa de sus conciertos, sus discos de oro ganados y decenas de reconocimientos.
Para los más aventureros está Moraspungo: un mirador sobre el cráter del Pululahua, donde se pueden caminar, acampar, hacer bici, un asado, y si tiene suerte se pueden ver osos, conejos u otras especies.
Los emprendimientos no son extraños en las parroquias rurales. Hay casos en Nanegalito, Píntag, Pacto, Mashpi, Amaguaña, Yaruquí y Tababela. Sebastián Almeida, quien trabaja en investigación y desarrollo rural de Quito Turismo, capacita a la gente de estos sectores e impulsa sus proyectos. Ellos le tienen cariño porque dicen que les da herramientas para cumplir sus sueños.
No todas estas iniciativas están registradas, pero el Municipio ha identificado 1 738 en el Distrito relacionados al agro, gastronomía, arte y artesanías. Además, hay unas 150 empresas comunitarias de las Casas Somos.
En contexto
El 18 y 19 de agosto se realizará en Calacalí la cita más importante de la ruralidad de Quito. Allí será el XXVI Encuentro de las Culturas de las Parroquias Rurales, donde 33 zonas rurales y seis comunas ancestrales de la capital mostrarán sus atractivos.