El turismo apuntala la economía de las comunidades asentadas sobre minerales en Ecuador

Antonio Romero sujeta un tayo, pájaro de la zona, que habita en la cueva de los tayos, en el Valle de Íntag. Foto: Evelin Rosas / EFE

Antonio Romero sujeta un tayo, pájaro de la zona, que habita en la cueva de los tayos, en el Valle de Íntag. Foto: Evelin Rosas / EFE

Antonio Romero sujeta un tayo, pájaro de la zona, que habita en la cueva de los tayos, en el Valle de Íntag. Foto: Evelin Rosas / EFE

En el Valle de Íntag, en el norte de la sierra ecuatoriana, 72 comunidades asentadas sobre concesiones mineras, han convertido al turismo comunitario en una de sus principales fuentes de ingreso económico.

El clima tropical de la zona permite a sus 17 000 habitantes cultivar toda clase de cítricos, verduras, granos y hasta cacao fino de aroma.

Pero su riqueza también está en el subsuelo. Los niños juegan al fútbol en patios de escuelas unidocentes sin dimensionar la cantidad de oro, cobre o molibdeno que hay bajo sus pies.

Según el Municipio de Cotacachi, de las 152 263 hectáreas de Íntag, 61 836 han sido concesionadas para minería metálica y otras 28 276 están en trámite, lo que representa el 59,2% del territorio.

El primer proyecto a gran escala en la zona, es Llurimagua, un depósito de cobre, actualmente en fase de exploración avanzada, con una superficie de 4 829 hectáreas, impulsado por Emsaec, filial de la chilena Codelco que tiene otros títulos mineros en la zona por 6 780 hectáreas adicionales.

Hace 18 años, Darwin Mina llevó a la zona la semilla de cacao fino de aroma y ahora tiene una plantación de más de 3 000 matas en una finca que, además, huele a cítricos gracias a árboles de naranja que marcan el sendero a seguir dentro de la propiedad.

"Aquí cada 100 metros hay un microclima y eso hace que las plantas tengan más aromas", dijo Mina a Efe.

En el lugar, la familia de Mina ofrece "turismo familiar" a los visitantes, generalmente grupos de seis o siete personas, la mayoría franceses y españoles, comentó Lorena, hermana de Darwin.

En una pequeña casa de madera y teja, donde el musgo va ganando espacio, Lorena procesa el cacao: "Es un trabajo laborioso, hay que tostar, moler y dar forma a las barras de chocolate", cuenta la integrante de la Red Ecoturística de Íntag (REI).

"Desde 2002 todo se ha dado por autogestión. Estamos en un proceso en el que poco a poco vamos integrando a las comunidades", señaló al agregar que destinan a labor social el 25% de las utilidades que logran con el turismo.

Las 72 comunidades de este valle están asociadas a ocho proyectos de ecoturismo gracias a la combinación de paisajes andinos, ecosistemas variados y actividades productivas novedosas.

En Plaza Gutiérrez, una de las parroquias más antiguas de Íntag, funciona el emprendimiento "Mujer y Medio Ambiente", en el que 28 mujeres hacen artesanías con la cabuya, un material extraído de una planta con la que tejen bolsos, sombreros, o lo que pida el cliente.

Estos productos se comercializan directamente pero también se exportan bajo pedidos a Japón y Estados Unidos.

"Antiguamente la cabuya se comercializaba como materia prima", recordó Lupe Sánchez, que lleva 13 años en la asociación y que creció ayudando a su padre a desfibrar cabuya.

Esta parroquia es la única que actualmente mantiene el oficio de trabajar con la penca, comentó al explicar que "la gente sobrevive con esto, porque no hay otro trabajo".

Un trabajo laborioso pues la hoja de la penca, muy parecida a la de aloe vera, se corta, desfibrila, lava, seca, pinta, se enreda, peina e hila para finalmente envolver en madejas para tejer.

Además de las artesanías, en Plaza Gutiérrez apuestan por el trabajo en el campo pues "sembrando se da de todo", dijo Sánchez para quien Íntag "es un tesoro", donde el amor a la naturaleza se evidencia también en el cuidado a los animales.

Y es que en un clima húmedo tropical, el valle esconde una cueva de tayos, aves con bigote, nocturnas que habitan en la finca de Antonio Romero, quien tras conocerlas cambió su estilo de vida.

"Antes yo era cazador destructivo, al ver estas aves me preocupé. Llevamos 20 años conservando el lugar y protegiéndoles", contó a Efe en la cueva donde encontró las aves.

Sembró plantas de las que se alimentan las aves para evitar que se desplacen largas distancias pues "existe bastante depredador, hay que estar pendiente", relató.

Íntag es un lugar llego de curiosidades, leyendas y personas dispuestas a contarlas, como Romero que confesó sentirse feliz al saberse el artífice del fin de un mito alrededor de la cueva.

Ello porque antes de encontrar esa cueva, los pobladores creían que ahí habían "guaguas (niño en kichwa) aucas" por los sonidos repentinos y estridentes que salían del lugar.

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