Agustín Calazacón elaboró una cruz de chonta, que incrustó en la tumba de su padre, Liborio, fallecido el 2012. Foto: Juan Carlos Pérez/PARA EL COMERCIO
Los dolientes tsáchilas se resisten a creer en la eterna partida de sus seres queridos. Sus ancestros les inculcaron la idea de que existe la reencarnación siempre y cuando sigan la tradición del ritual de la cruz de chonta o de pambil.
Este accesorio de madera debe ir con el difunto, para que su espíritu jamás desaparezca, según las creencias.
Cuando el tsáchila deja de existir, por cualquiera que fuera la circunstancia de su muerte, sus familiares lo sepultan con dos cruces de 30 centímetros de largo. Una se coloca sobre el pecho del cadáver y va atada a sus manos con una lana o filamento de algodón, que simboliza una cadena.
Esta ligadura a su vez se entrelaza con la segunda cruz que, en cambio, se incrusta debajo de la lápida exterior.
Es la conexión entre el mundo interior (dentro de la tumba) con el de los seres vivos, como lo cuenta el chamán Agustín Calazacón.
Así, los tsáchilas entierran a sus muertos en los dos únicos cementerios que disponen los habitantes de las siete comunas en los sitios Chigüilpe y San Miguel de los Colorados, de la parroquia Puerto Limón.
Los indígenas de Santo Domingo de los Tsáchilas hablan del ritual de la chonta con recelo, debido a las diferentes percepciones que se tienen.
Agustín Calazacón prefiere narrarlo con base en la experiencia del funeral de su padre, Liborio Calazacón, quien falleció de muerte natural en el 2012. Él recuerda que entre sus hermanos se consensuó solo colocarle la cruz en el pecho.
Ellos quisieron que el espíritu de su padre ascendiera al cielo, para así evitar que su alma andase en pena en las comunas.
Héctor Aguavil, presidente de la comuna Otongo Mapalí, asegura que hasta antes del contacto turístico, que ahora tienen los tsáchilas, la costumbre era exhibir la cruz de madera frente a las tumbas.
Pero desde hace 10 años quedó en un segundo plano, porque las nuevas generaciones fueron imponiendo sus formas de hacer los funerales.
Albertina Calazacón señala que la pérdida de los materiales, debido a la reducción de sus bosques, los hizo buscar alternativas para sus rituales. Ella evoca que el algodón era el único accesorio para amarrar la cruz al cadáver.
Pero ante la escasez de la planta debieron reemplazarla con la lana, que ahora es la más utilizada para esta tradición luctuosa. Lo mismo ocurre con el madero de chonta.
La chonta se alterna a veces con el pambil, que aún no está en peligro de extinción en la selva, por la costumbre de reutilizarla en las casas que se reconstruyen.
En las siete comunas tsáchilas ya hacen esfuerzos para que el Día de los Difuntos de este año se reemplacen las viejas cruces que están enclavadas frente a las tumbas.
Es una minga que está en marcha y empezó este mes con la búsqueda de los materiales.
El gobernador Tsáchila, Javier Aguavil, explica que se trata de una campaña por el rescate de las tradiciones.
También se busca mantener la costumbre de ir a los camposantos por rutina y no solo por el día dedicado a los muertos.
Desde agosto de cada año, las familias se organizan para limpiar las tumbas y dejarlas listas para esa fecha especial.
En esa dinámica, los parientes de los tsáchilas participan en una suerte de rito que consiste en colocar la comida preparada junto a las lápidas. Es un acto especial, porque dicen que sus muertos salen a comer los alimentos.
Los platos tradicionales como el ayampaco, la chicha y el mayón se sirven en los rústicos terrenos de los cementerios.
Esa otra forma de no aceptar la eterna partida de sus seres.