La imagen del Niño Rey de Reyes preside las procesiones y las celebraciones en esta época del año. Foto: Archivo / EL COMERCIO
El viajero inglés John Watsh, en su curioso diario ‘The amazing trip’, publicado en Londres en 1905, relata que llegó a Ecuador en 1890, en busca de noticias sobre los Llanganates, “los cuales llamaron poderosamente mi atención luego de leer una crónica publicada en un periódico londinense en 1886.
Para ello debí aprender el idioma de la región de manera básica (…) llegado a Guaranda contraté dos arrieros para que transporten mi equipaje a Riobamba, pueblo al que llegué luego de cien mil apuros, arribando los primeros días de enero (…) en el sitio había mucho alboroto (…) cuando pregunté las razones me dijeron que se trataba de la fiesta del Rey de Reyes.
Me sorprendí que en Ecuador haya un rey que tenía poder sobre otros reyes, pues sabía que había un Presidente de la República, pero no un rey. Pregunté a mi hospedero y dijo tratarse de una imagen del Niño Jesús que era muy venerada por todos los habitantes del pueblo, razón por la que me aconsejaba vaya a mirar las fiestas, advirtiéndome que como era ‘gringo’ debía ser muy respetuoso con lo que hacía la gente, además me cuidara de no pensar mal de nada porque el Niño era muy travieso y bravo”.
“Al recorrer las calles de esta ciudad había muchos grupos de disfrazados, cuyas ropas me causaban mucha risa por lo imaginario de sus atuendos.(…) Todos tenían gran interés por distinguirse para “ganar los favores del Niño, así como agradecerle por muchos beneficios” (…) era increíble ver la variedad de ropas, pero lo que más me llamó la atención fue el sencillo proceder de estas buenas gentes que tenían una profunda fe religiosa”.
Fray Miguel de Riofrío, de la orden franciscana, quien en noviembre de 1897 venía de Cuenca a Quito, se detuvo varios días en Riobamba a causa de una caída de su mula ocurrida en el “pavoroso desierto de Huigra (…).
El padre Juan, maestre de la iglesia de esta ciudad, me acogió benignamente (…) Pasados unos días en que me repuse me aprestaba a continuar con mi viaje, pero (el sacerdote) me pidió ayudarle en las fiestas de Navidad que eran muy agitadas, sobre todo en los primeros días de enero por la celebración del Niño Rey de Reyes (…) Pasado el alboroto del cambio de año, el padre debía atender a numerosa gente que purgaba por pedir misas de Niño.
Había una gran competencia entre barrios cada cual para prepararse de mejor manera para la fiesta del 6 de enero (…) con curiosidad pregunté si se trataba de una pequeña pero hermosa imagen que había en la iglesia catedral, a la cual no se le brindaba mayor ofrenda, y me contestó que se trataba de otra figura muy antigua que estaba en manos de una familia tradicional de Riobamba, cuya dueña había recibido la efigie de sus abuelos y estos de los suyos, razón por la que era muy antigua (…) con curiosidad me acerqué a la casa de la señora principal, la cual estaba rodeada de gente que hacía gran alboroto en razón de las bandas de música que no dejaban de tocar, cientos de bailarines disfrazados de formas mil, comida por doquier, dulces y regalos eran cosa frecuente (…) la imagen era preciosa, de tamaño medio, adornada con flores, cintas de colores y enorme cantidad de cirios (…) la señora, al verme, pidió mi bendición pero antes le solicité me permita tomar en los brazos al pequeño Infante, a lo cual accedió sin réplica (…) era muy dulce su mirar y sentí una extraña sensación (…) llegado a casa no encontraba la llave de mi habitación, ni tampoco el breviario, así como una pequeña bolsa que contenía ciertos panecillos que me obsequiara la señora.
Era raro, pues apenas me había detenido un instante en la puerta para ver si había llegado alguna carta de mi superior de Cuenca. Intrigado busqué por todo lado y supuse que en un descuido había dejado las cosas en el sitio que visité.
Llegado al lugar pregunté a la matrona y me dijo sonriendo que yo había llevado las cosas, que a lo mejor se trataba de una travesura del Niño, porque es muy juguetón y le gusta hacer bromas.
Que regrese nomás y que allí deben estar las llaves (…) volví preocupado. Efectivamente, todo estaba en una esquina de la pequeña sala del convento.
Abrí la puerta y torné para buscar al padre y contarle lo sucedido. Me dijo que él había tenido muchos casos de esos, relatándome que una vez fue a dar misa en el pueblo de San Juan y que como tenía muchos compromisos, fue pronta la ceremonia.
Cuando salió no hallaba la mula para regresar, a pesar de haberla dejado en la puerta de la iglesia. Incómodo volvió donde el sacristán para reclamarle, quien asustado le dijo que el animal estaba en su lugar. Salió de la iglesia, encontró la acémila, pero no el bolso con los ornamentos.
Furioso regresó de nuevo donde el pobre ayudante, quien lo miró con ojos de espanto, señalando el talego en la entrada del templo. Cuando llegó a Riobamba no aparecían por ningún lado los anteojos que llevaba consigo siempre en un bolsillo de su sotana. Con admiración, se bajó del animal y fue directo a la iglesia a pedir disculpas al Niño Jesús por su prisa y falta de fe en su ministerio.
Sin tardanza, aparecieron los catalejos en otro bolsillo y con eso volvió la calma. (…) el Niño es travieso –me dijo-, no es cosa de burla. Aquí en Riobamba se cuentan casos increíbles”. (Archivo del convento de San Francisco de Quito. Cartas y varios 1890-1915, convento de Cuenca, hoja Nº 57).
En un pequeño folletito publicado en 1892 por N. Chiriboga, titulado ‘Mi pueblo de Riobamba’ y que se guarda en la BAEP, al referirse a las fiestas religiosas de enero, se relata en la página 10 una experiencia muy graciosa. “No soy muy creyente, por lo que casi nunca voy a misa; sin embargo, mi madre luego de la cena de Nochebuena, me pidió que el 5 de enero le acompañara a la velación de la imagen del Niño Rey de Reyes que se veneraba en el barrio El Carmen.
De mala gana accedí por cuanto no era de mi voluntad hacerlo (…) llegado al sitio, advertí a mamá que no tardara mucho. Alguien me dio una mistela que la recibí con agrado por el frío de la noche. De pronto recordé que no había terminado de escribir una carta para enviar a Quito por un asunto de negocios, razón por la que como mi casa quedaba a tres cuadras, pensé que mientras la devota de mi madre hacía sus rezos, yo podía terminar mi redacción. Me encaminé hacia allá y cosa rara, anduve como cinco calles y no daba con mi residencia. Me detuve y dije ¡c…! en donde estoy.
Simplemente tomé la dirección contraria a mi casa, dirigiéndome por un lugar equivocado. Me detuve, pensé y me reí de la torpeza. No puede ser que una simple mistela me haga perder la cabeza (…) regresé riéndome de mí mismo y me acordé de lo que comentaba mi madre de que el Niño Rey de Reyes es travieso y coge de las orejas a los incrédulos y les hace buenas pasadas…”.
Riobamba se apresta a celebrar la fiesta del Niño Rey de Reyes; es una tradición practicada con alegría en los barrios populares de la ciudad. Es la ocasión para rendir culto a una pequeña imagen propiedad de una familia riobambeña que ha guardado la costumbre de festejar a Jesús Niño desde hace varias generaciones, y cuyos miembros se han encargado de convertirla en una fiesta de pueblo muy animada y fraterna.
“¡Cuidado con no cumplir las promesas que se hacen al Niñito. Si usted no practica lo que ofrece, pues no espere cosas buenas. De los chicines (pelos) lo agarra para que se porte bien todo el año. Mejor ni se meta…!”, dicen con humor los riobambeños.
*Antropólogo, autor de varios libros sobre historia nacional.