El 22 de mayo pasado el líder norcoreano, Kim Jong-un (33 años), presenció el lanzamiento de un nuevo misil balístico y lo calificó de ‘exitoso’. Foto: EFE
En octubre de 1962 durante un vuelo de reconocimiento sobre la isla de Cuba, aviones espías norteamericanos U2 detectaron lo que parecía ser la construcción de rampas de misiles y la presencia de tropas soviéticas en suelo cubano. Desde ese momento se desencadenó una serie de acontecimientos que desembocarían en una de las crisis más importantes de la Guerra Fría y que estuvo a punto de detonar unenfrentamiento atómico.
Casi 55 años después, el mundo está en vilo nuevamente por las amenazas nucleares que involucran a Corea del Norte, Estados Unidos y Rusia. En un artículo publicado por el diario The New York Times se habla de las diferencias entre Washington y Pyongyang como una “Crisis de los Misiles de Cuba en cámara lenta”. El diario neoyorquino apunta que “cuando las ambiciones nacionales, el ego personal y un arsenal mortífero se mezclan, las posibilidades de un error de cálculo se multiplican”.
El periodista Paul Mason advierte en el diario The Guardian que “en este momento, la mayoría de las cabezas nucleares del mundo están en manos de hombres para quienes la idea de usarlas se está volviendo factible”.
Mason se refiere a tres líderes estrafalarios: Kim Jong-un, Donald Trump y Vladimir Putin.
Desde inicios de año, Estados Unidos y Corea del Norte cruzan advertencias verbales y han ordenado operativos militares después de que el régimen comunista de la familia Kim, que controla Corea del Norte con mano dura desde hace unas siete décadas, incrementó el número de ensayos con misiles.
Funcionarios de inteligencia, citados por la prensa de EE.UU., afirman que Washington estaría dispuesto a lanzar un ataque preventivo contra Pionyang si llegase a tener la certeza de que se dispone a realizar una prueba nuclear.
El ataque con 59 misiles Tomahawk contra una base aérea del régimen sirio, el bombardeo de la facción del Estado Islámico en Afganistán con la “madre de todas las bombas” y el envío de portaviones nucleares a la península de Corea han sido interpretados como un aviso al régimen norcoreano. Asimismo, el Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU. ha propuesto a Trump posicionar cabezas nucleares en Corea del Sur.
Paradójicamente, en medio de este ambiente de tensión, representantes de la mayoría de países del mundo preparan una reunión para prohibir las armas nucleares (o al menos intentarlo) en la mayor conferencia de desarme de la historia.
Las reuniones se celebrarán en Nueva York en estos días y han sido propiciadas por la falta de resultados concretos tras dos décadas de negociaciones sobre desarme nuclear en el marco de la ONU. El encuentro cuenta, además, con el apoyo de 2 500 científicos de 70 países. Nadie cree que estas conversaciones puedan llegar a buen puerto, entre otras cosas porque no reciben el apoyo de ninguno de los nueve países que disponen de armas nucleares. Las naciones que son miembros oficiales del club nuclear (ver infografía) se han opuesto con mayor o menor vehemencia a la conferencia. Para los analistas, todo se traduce a una lucha de poder. Opinan, además, que prohibir las armas nucleares solo abriría la puerta a la búsqueda de otra arma, quizás hasta más peligrosa.
La realidad -señala Milutin Petrovic, historiador y experto en armas nucleares- es que las potencias nucleares no tienen ninguna intención de reducir su capacidad nuclear. Solo tratan de adaptarse a los nuevos tiempos, y todos ellos están llevando a cabo una modernización de su armamento, así como de los vectores (misiles, aviones, submarinos) que lo transportan.
Donald MacKenzie y Graham Spinardi, de la Universidad de Edimburgo, escriben que lograr el desarme nuclear de forma permanente y verificable es un problema político más que técnico. El mundo en que vivimos, si bien no son los años de plomo de la Guerra Fría, no está ni mucho menos exento del riesgo de un conflicto nuclear, sostiene Petrovic.
Se calcula que, en la actualidad, el arsenal mundial está formado por 17 265 artefactos, repartidos principalmente entre EE.UU. y Rusia, con 16 200 cabezas entre las dos potencias.
Las tensiones entre Pakistán e India son el principal motivo de preocupación. El régimen totalitario de Corea del Norte les sigue a la zaga. Su capacidad nuclear está demostrada, aunque algo bien distinto es la miniaturización de las cabezas, un paso necesario para soportar las condiciones extremas de un lanzamiento de misiles. El profesor de Yale, Paul Bracken, afirma en su libro ‘Fire in the East’: “Vivimos en una segunda era de proliferación nuclear masiva, donde, frente a un mundo bipolar con grandes bloques que se disuaden, tenemos un mundo multipolar con armas nucleares como elementos de protección y símbolo de estatus, que lo convierte en mucho más peligroso”.
Para dos potencias como Rusia y EE.UU., por ejemplo, la época del desarme nuclear se ha acabado. Putin y Trump han abonado por una nueva escalada armamentística al proponer la expansión de sus arsenales nucleares.
Putin fue el primero en abrir fuego. Alentó a los altos mandos militares a modernizar el arsenal nuclear, con el objetivo de hacer frente a uno de los elementos que en la última década más ha influido en el deterioro de las relaciones con EE.UU.: el escudo antimisiles que Washington instala en varios países del Este de Europa. El jefe del Kremlin aseguró que Rusia “es más fuerte que cualquier agresor”. Y en cuanto a Corea del Norte solo es cuestión de tiempo. El país hasta ahora está en las etapas iniciales de su armamento nuclear, lo que demuestra que no están listos para una guerra y no se podrían enfrentar abiertamente a Estados Unidos, opina la politóloga Sandra Borda.