Referente Amazónico (1989), de Luigi Stornaiolo, retrata una esquina de La Mariscal. Foto: Reproducción Archivo/ EL COMERCIO
Fascinación de unos, objeto de repudio de otros. La ciudad, desde sus primeros pasos como organización espacial de lo social, ha creado sus propios personajes, su propia mitología y contra-historia. Quito también tiene la contracara a su rostro tradicional y costumbrista. Esta imagen no esperada en el espejo de la identidad tiene su asidero en las letras, la pintura, las tablas y el cine.
Si se trata de una ciudad que rechaza el encargo religioso de ser el fiel rostro de Dios, no es difícil recordar al poeta riobambeño Ramiro Oviedo. Aunque viva y trabaje en Francia, Quito ha sido uno de los depositarios de su poética. En ‘Maleta de mano’ dibuja una ciudad esquizofrénica, poco acogedora si se cree ciegamente en lo que se ofrece de ella, pero que sorprende en noches azarosas si se quiebran los itinerarios.
En esa orilla también está el narrador Huilo Ruales Hualca, quien ofrece, en varios de sus relatos breves, recorridos desaforados por el bulevar de la avenida 24 de Mayo, construyendo una ciudad con límites geográficos bien definidos pero con un ánimo impredecible en cuanto a la maldad urbana.
La marginalidad que explora este escritor ibarreño no es una que denuncia la desigualdad social, sino una que escarba en los afectos de las personas de sus cuentos. Su tono despoja los prejuicios y el lugar común y los transforma a una simpatía que no termina de ser reflexiva.
En otra pluma más antigua, el escritor, docente y psicoanalista guayaquileño Humberto Salvador (1909-1982) ya había esbozado una ciudad distinta a la de los repertorios clásicos decembrinos.
‘En la Ciudad he perdido una novela’, novela publicada en 1930, la capital es testigo de la eclosión del cine, ve sus reflejos en las huellas que han dejado las frías lluvias en las piedras de las calles y concibe al tranvía como transporte.
Su estilo experimental, la inclusión de los fenómenos culturales de inicios del siglo XX, entre otros motivos, ha hecho que esta novela sea considerada parte de la vanguardia literaria ecuatoriana.
Pues, como lo ha apuntado el académico Raúl Serrano en su libro ‘En la ciudad se ha perdido un novelista’, Salvador no se entiende con el realismo social de los años 30, ni se acerca a una figura como la de ‘El Chulla Romero y Flores’ (1958), de Jorge Icaza.
Ya en 1996, el dramaturgo y actor Peky Andino Moscoso puso en escena a una ciudad violenta, que se ocultaba tras los clichés de una presunta pasividad andina. Su conocida obra teatral ‘Kito kon K’ (publicada por Eskeletra en 1998) provoca la reflexión ante el nacionalismo fundante de Kuervo.
Un muchacho criado bajo el patriotismo, que es exalatado por un sistema educativo que no fomenta el criterio propio ni el pensamiento crítico; así lo dirá con entusiasmo perturbador su propia madre. ‘Kito kon k’ también alude al no tan lejano racismo que efervecía en las calles, plazas y escuelas de la capital.
En lo visual, se puede contar con el maestro de la plástica Luiggi Stornaiolo y el cineasta guarandeño Víctor Arregui, por su mirada a un Quito distinto. El polo de Stornaiolo resalta con sus colores una ciudad maldita, que se distorsiona y pierde. Mientras que Arregui, en su película ‘Cuando me toque a mí’ perfila una ciudad gris, que necesita desenmarcarse e inyectarse vida.
En el fondo, todas las obras dicen mucho de la relación de atracción y repulsión que vive cualquiera de sus habitantes, de otro modo Quito no se explicaría.
En contexto
Muchos de los artistas y autores que cuestionan el tradicional Quito provienen de otras ciudades del país, afirmando así la pluralidad que caracteriza a cualquier metrópoli.