Bob Dylan es un poeta que se enmarca dentro de la tradición literaria estadounidense. Su obra se estudia en las academias para entender este paso de la canción a la literatura. Foto: Archivo AFP
Quizá el hecho más curioso de este Nobel de Literatura 2016 para Bob Dylan es que por primera vez en muchísimos años una inmensa mayoría de personas lectoras y no tan lectoras no hayan sentido el pudor de no conocer al laureado. Seguramente, el último que vivió algo semejante fue Pablo Neruda.
Los dos son poetas populares. De ahí en más, el Nobel ha universalizado a escritores “en serio” de la palabra escrita: decretado el premio, en cuestión de días las librerías se llenaban de volúmenes. Y eso es algo que Bob Dylan no lo necesitaba y tampoco Neruda. Y esa es la alegría que toca a esa inmensa mayoría que escuchó y leyó a Bob Dylan.
Bien podría considerarse que este es un premio a los orígenes mismos de la poesía: cuando se la cantaba con un instrumento al lado. Dante decía –nos recuerda Ezra Pound en ‘El ABC de la lectura’– que la poesía es una composición de palabras ordenadas musicalmente. Con esto ya podría zanjarse la discusión de por qué se lo dieron a alguien más reconocido como músico que como poeta. Es el tema de la legitimidad: hay escritores cuya única dedicación ha sido la letra escrita, la literatura “en serio”. Y quedó por fuera, por citar a alguien de la misma lengua, Phillip Roth.
Pero Bob Dylan es cada vez más estudiado en la Academia por su literatura. Más allá de lo que se pueda decir de él en este momento del premio, nunca se lo dejó de considerar un poeta en serio, ni siquiera cuando transitó por esa fase de cristiano y su obra vivió un bache de los que siempre hay.
Dylan ha sido visto, aún antes de este premio, como un poeta que siempre caminó de la mano de la tradición americana. La poesía estadounidense es fundamentalmente rítmica y conceptual. Si algo tienen en común Walt Whitman, T. S. Eliot o Edgar Lee Masters, por ejemplo, es que son poetas de respiraciones, de tiempos, de acentos que dan el valor a una idea que aparece simple.
No es que el ritmo y el concepto sean su prerrogativa, pero es evidente al leer ‘Hojas de hierba’ y su canto a la democracia, ‘La Tierra Baldía’ y la desolación posguerra, o los epitafios de ‘La Antología de Spoon River’, ese perdido y pequeño pueblo estadounidense de vidas tristes y solitarias inventado por Masters, tiempo y sentido confluyen en una fuerza sonora que hacen que la memoria lectora inmortalice al menos uno de sus versos.
La primera influencia de Dylan “es la historia de la canción, desde los griegos hasta los salmos, de los isabelinos a la variada tradición de los Estados Unidos y más allá…”, escribe en The New Yorker, David Remnik, sobre esa incesante búsqueda de la palabra que tuvo Dylan, tal como lo haría cualquier poeta “en serio”.
La dificultad de esta nominación es que difícilmente se podrá separar poesía de música. No es algo excepcional que un poeta escriba poemas para la música, como lo hizo Vinicius de Moraes, por ejemplo. O que se haya musicalizado poemas preexistentes (no siempre con acierto); en Ecuador, el caso más emblemático es El alma en los labios, de Medardo Ángel Silva. Pero “podría decirse que las letras de canciones sin música dan mucha ventaja en términos formales. Y, a la inversa, la poesía que nació sin otro propósito que el de ser leída también sufre alguna desventaja, esta vez en términos comunicacionales, frente a su pariente arropada de música”, dice el argentino Sergio Pujol.
Hay poetas, como Jacques Prevert, que nunca publicaron sus versos para música. Y si se hace el ejercicio de separar las letras de la música, los textos de muchos cantores que se han sospechado poetas pierden toda fuerza. Y eso no es lo que ocurre con Dylan. Se lo puede leer y olvidar la música (algunos creen que no es posible).
El poeta chileno Nicanor Parra (otro que merecería el premio de no ser porque la Academia Sueca toma en cuenta consideraciones geográficas o lingüísticas) dijo en el 2010 que Dylan tiene tres versos que bastarían para darle cualquier premio. “Mama’s in the Factory, she ain’t got no shoes / Daddy’s in the alley, he’s looking for food / I’m in the kitchen with the tombstone blues” (Mamá está en la fábrica, ella no tiene zapatos / Papá está en el callejón, está buscando comida / Yo estoy en la cocina con el blues de la lápida).
Textos de Dylan hay de sobra para elegir y hacer una interpretación más allá de las evidencias. “Si hoy no fuera una carretera torcida / si esta noche no fuera un sendero tortuoso, / si mañana no fuera un tiempo tan largo / entonces el solitario no significaría nada en absoluto para ustedes. // Sí, y si solo mi verdadero amor me estuviera esperando / si tan solo pudiera escuchar su corazón latiendo suavemente / sí, y si ella se recostara a mi lado / entonces me acuesto en mi cama una vez más”.
Tal vez mejor aliviarse de la polémica que este Nobel ha causado. Quizá sea apropiado citar a Dylan de “los tiempos que ellos están cambiando”.