Lola, una golden retrieve de dos años y medio, junto a su familia Christian, Valentina y Mathiaz Rivera y Cecilia Ruales. Foto: María Isabel Valarezo/ EL COMERCIO
Lola es una perra con suerte. Parece haber adoptado la fortuna de los felinos, por ese mito que dice que los gatos tienen siete o nueve vidas. En el caso de esta golden retriever son tres, ya que en dos ocasiones estuvo al borde de la muerte.
Lola vive en una casa grande, de madera y ladrillo, y con techo de tejas rojas. Claro que, la mayor parte del tiempo lo pasa en el jardín inmenso que rodea a la casa. A las 18:45 de un martes espera al otro lado de la puerta, contenta y ansiosa.
Christian saca las llaves del bolsillo, las introduce en la ranura y hace girar el mecanismo en el interior. Al otro lado de la puerta la respiración de Lola se acrecienta. La emoción se escapa de su hocico en forma de un potente ladrido.
La golden de dos años y medio recibe a Christian y su familia con una tarrina- su plato para la comida- entre los dientes. Menea velozmente su larga y pesada cola, signo y síntoma de su felicidad.
Tiempo atrás cuando Lola era apenas una cachorra la situación era distinta. Sus antiguos dueños la maltrataban y un día decidieron que no podían hacerse cargo de ella. Sin considerar otra opción, optaron por la eutanasia.
Estas personas la llevaron a la veterinaria para que se encargara del procedimiento, aun cuando la perra no cumplía con los requisitos para el mismo, no tenía nada de malo, no estaba ni enferma, ni moribunda y tampoco era agresiva.
La segunda oportunidad de Lola llegó cuando Christian Rivera y su esposa llegaron al establecimiento de la veterinaria y le preguntaron por la situación de la cachorra. La doctora les contó que estaba pensando en ‘dormirla’ y ellos se interpusieron y decidieron, sin pensarlo, adoptarla.
Valentina y Mathiaz, los hijos de Christian- quien es director del Comité de Operaciones de Emergencia (COE)– acarician a la peluda golden mientras suben las gradas que conducen a la puerta de entrada. La perra reacciona dando pequeños brincos sin soltar su plato de la comida.
Los miembros de la familia Rivera entran uno por uno a la casa, incluida Franky (la otra mascota del hogar), y en el momento en que Lola posa sus patas en el piso del hall de la entrada, la voz de la esposa de Christian la hace retroceder arrepentida. “No tiene permitido entrar”, cuenta Cecilia y su esposo la interrumpe diciendo con picardía que de todas maneras en ciertas ocasiones la perra se las arregla para ingresar.
Lolita, como la llaman de cariño, durante su adiestramiento en el parque Itchimbía. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO
Después de acoger a la golden en su hogar notaron que comenzó a arrastrar las patas traseras y que tenía problemas para caminar. La hicieron examinar por un especialista y tras los exámenes descubrieron que tenía cáncer de útero. Por segunda vez Lola se enfrentaba a la muerte.
Por esa ocasión Cecilia le permite a Lolita, como la llaman de cariño, entrar a la casa. Camina con rapidez y meneando su larga cola de un lado para otro. Christian se sienta en uno de los sillones de la sala y la perra se acerca a él y se echa panza arriba para recibir mimos.
Después del diagnóstico la mascota de la familia Rivera entró en tratamiento, atravesó una intervención quirúrgica en la que le extirparon el útero, los ovarios y parte de los intestinos y tuvo que recibir varias dosis de medicamentos.
Mientras Lola se pasea con toda confianza entre los sillones y la mesa del comedor, su dueño menciona que ella lo acompañó el día anterior cuando asistió a atender una emergencia– una explosión en el sector de Tumbaco-. Ella, en ciertas ocasiones, ‘trabaja’ como animal de compañía y acude con Christian a diferentes labores de socorro y también a otras actividades del COE, como ciclopaseos y resguardo de la seguridad en conciertos.
Cecilia vuelve de la cocina con un plato de galletas que coloca sobre la mesa la sala. La mirada de Lola se concentra en la mesa, concretamente en los bocadillos. Franky, la otra perrita que adoptaron los Rivera, la imita y ninguna de las dos baja la vista. Debido a su enfermedad jamás pudo tener cachorros, sin embargo no perdió su instinto maternal y se lleva muy bien con Franky, ya que la trata como su hija. “Se cree la mamá porque nunca tuvo hijos”, aclara el propietario de la cariñosa y amigable perra.
El tratamiento surtió efecto en Lolita y superó el cáncer. Tuvo una tercera oportunidad de vida y en la actualidad está totalmente recuperada. Desde hace poco más de un mes forma parte de una escuadra ciudadana de canes, que recibió adiestramiento por parte de instructores del Grupo de Operaciones Especiales (GOE).
Asimismo su propietario recuerda que cuando no formaba parte del COE y era paramédico voluntario llevó a Lola a un llamado de emergencia en el Pasochoa. Debían encontrar a unos adolescentes que se habían extraviado en el lugar. Los chicos llevaban dos días perdidos cuando, instintivamente, Lola empezó a ladrar. La perra no encontró a los adolescentes pero sí marcó el sendero que siguió el equipo de socorro para localizarlos. Eso fue un año y media antes de que recibiera algún tipo de entrenamiento.
Es sábado por la mañana y los perros que integran el escuadrón iniciaron hace pocos minutos su entrenamiento en la zona de mascotas del Parque Itchimbía, en el centro de Quito. Lola espera en la fila junto a su propietario y lleva una correa. Cuando llega su turno la golden salta sin problemas tres obstáculos y recibe una caricia de recompensa. “Buena chica”, repite Christian mientras vuelven a la formación.
La golden retriever junto a las demás mascotas que forman parte de la escuadra ciudadana, Pinky, Luna, Franky, Shyla y Negro. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO
Este grupo de mascotas es adiestrado como parte de un proyecto de concienciación que implementa Rivera junto a otros voluntarios en pro del respeto hacia “nuestros amigos peludos”, afirma. Así, recorren las parroquias de la capital dando charlas sobre primeros auxilios y emergencias y adicionalmente, ofrecen shows caninos y explican los beneficios de cuidar la fauna urbana.
Llega el tiempo de descanso y Lolita, aunque por naturaleza inquieta, acata las órdenes de su dueño y permanece en su lugar, mirando hacia el frente y con la lengua saliéndole por un lado de la trufa. En dos semanas termina su entrenamiento y según Christian le va muy bien. De hecho, es probable que por su venteo pueda ser considerada para la segunda fase de la capacitación, que consiste en preparar a los canes para trabajos de búsqueda de personas.
Es tiempo de volver a la formación y se escuchar sobre todo la respiración agitada de Lola, que se rompe con las palabras de su dueño, “yo pienso que ella es agradecida con la oportunidad que le dio nuevamente la vida”. Aun cuando tuvo un duro inicio la golden irradia dulzura, convirtiéndose en poco tiempo en la alegría de la familia Rivera e inclusive, en la perra más querida del barrio.