Marco Antonio Rodríguez nació en Quito, en 1941. Es doctor en Jurisprudencia por la Universidad Central. Tiene un máster en Ciencias Políticas por la Universidad Javeriana de Bogotá. Fue, en dos períodos, presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Fotos: Cortesía
Marco Antonio Rodríguez ha empezado, de forma modesta, a saldar una deuda antigua. No suya, sino del mundo del arte en su totalidad, con las mujeres creadoras, de quienes se ha escrito poco.
En ‘Solo de mujeres’, el escritor quiteño ejercita nuevamente sus reflexiones en torno a las artes plásticas, pero en esta ocasión ha escogido únicamente a artistas mujeres: 13. Este libro es el quinto dedicado por completo al arte; los otros son: ‘Grandes del siglo XX’ (2002), ‘Palabra de pintores (artistas de América)’ (2010), ‘Palabra de pintores (artistas del Ecuador)’ (2012) y ‘Oficio de crear’ (2013).
El volumen, recientemente publicado, se concentra en las obras de Leonor Rosales, Germania Paz y Miño, Eudoxia Estrella, Araceli Gilbert, Margot Ledergerber, Carole Lindberg, Pilar Bustos, Dayuma Guayasamín, Ana Fernández, Paula Barragán, Sandra C. Fernández, Larissa Marangoni y Doina Vieru.
Como acostumbra en este tipo de textos, Rodríguez va entretejiendo detalles de la vida personal de las artistas con datos específicos, que pueden llegar a ser hasta técnicos, de las obras y sus reflexiones alrededor de ambos aspectos.
En las páginas dedicadas a dos de las artistas más antiguas, Rosales y Paz y Miño, el autor transita por los motivos; en el caso de Rosales, se detiene en el desnudo, que tan bien logró trabajar la artista guayaquileña. Con Paz y Miño, puede explayarse en cuanto a sus etapas: desde su formación en la Escuela de Bellas Artes hasta llegar al poder que la artista pudo a la vez extraer e insuflar a la piedra andesita.
Tres extranjeras que han construido una parte importante de su obra -si no toda- en el país, también constan en este volumen; se trata de Margot Ledergerber, Carole Lindberg y Doina Vieru.
Rodríguez se cuida de etiquetar las obras de las artistas; más bien abunda en reflexiones, símiles o metáforas en relación con lo que ve en ellas.
Esta es una decisión consciente del autor que no ha querido adentrarse en los territorios ni de la historia del arte ni de la crítica. Lo suyo es la apreciación sincera y –como él mismo admite– generosa sin recaudos de un literato aficionado a las artes plásticas.
Si bien Rodríguez se ha subido –sin premeditación, asegura él– a la ola de la reivindicación de las mujeres, lo que son y lo que hacen, reconoce que no siempre tuvo claro este vacío tanto en la historiografía local del arte como en su práctica cotidiana.
Además, está consciente de que estas 13 artistas de su libro son muy pocas, en relación con la presencia real y la importancia de las artistas en el arte ecuatoriano. Por eso, aún cuando el libro no cumple ni dos meses en las librerías, ya está preparando un segundo tomo, en el que incluirá nombres imprescindibles como el de Pilar Flores y otros más nuevos como el de Juana Córdova.