Cerca del verano, los días en Quito oscilan entre calurosas mañanas y tardes de lluvia. Y en un jueves de julio, cuando el sol arremete con furia contra quien camina por la calle, aparece Hugo Jaramillo Muñoz, poeta, escritor y gestor cultural a quien el paso de los años se le nota únicamente en el cabello cano.
En la calle y en su oficina el calor es casi el mismo. Dice que ya se ha acostumbrado a aquello. Tanto así que durante esta conversación luce impecablemente una chaqueta gris, que en cualquier otro habría resultado en unas cuantas gotas de sudor.
Los reflejos del sol de aquella mañana convierten a este espacio en un escenario anclado en el tiempo. Un ligero tono ámbar colorea el ambiente, ideal para hablar sobre cómo fueron sus primeros encuentros con la literatura. Recuerda que fue su abuelo quien lo introdujo en el mundo de la fantasía. Junto a las letras de los Hermanos Grimm estaban las historias que él inventaba para animar a su nieto.
Esta no era la única experiencia artística que tenía en casa. Su padre era pintor. Y a la par que aprendía a leer, también conocía sobre el movimiento del pincel sobre el lienzo. Sin embargo, nunca pudo replicar lo que le enseñaban. “Me faltó habilidad en las manos”, dice.
Pero con la palabra siempre le fue bien. De joven, la literatura nacional y la universal ganaban terreno en su mente. Esto decantó en la necesidad de hacer teatro. Entonces vino la época de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo Tungurahua. En Ambato, con el apoyo de la gente del Teatro Ensayo, logró representar varias de las cosas que había leído.
Cuando cuenta cómo la palabra lo fue arrebatando por completo, un detalle de su persona destaca: su forma de hablar. Se nota que su experiencia en los escenarios y los años como poeta han ido modulado su voz, convirtiéndola en uno de sus elementos más característicos. Juega con las palabras, como si estas fueran parte estructural de una montaña rusa llamada lenguaje.
Tantas décadas dedicado al oficio de la escritura le permiten ahora definir al poeta como aquel que entra en contacto constante con la metarealidad. Si bien del mundo inmediato se inspira, existe otro que lo excede y del cual quiere hablar. En este hay una tendencia socialista. Y lo afirma enfáticamente puesto que, para él, la palabra es un vehículo para denunciar la opresión en contra de los más indefensos.
Mientras cuenta que nunca deja de trabajar en algún poema, la ciudad se hace presente con su locura. Tres pisos más abajo, el ruido de automóviles y buses anuncia que se acerca el mediodía. Para él, ese ruido es el anuncio de que aún existen cosas por contar.