Ana Lema envuelve al pequeño Saydi en una ‘caguiña’ o faja de color que sirve para hacer ejercicios y reforzar músculos. Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO.
A sus cuatro meses de edad, Saydi es un niño risueño y no se asusta con facilidad. Sus padres, Bacilio Pomaina y Ana Lema, una pareja indígena de Colta, en Chimborazo, optaron por estimularlo como hacían sus antepasados.
Los colores, los olores de las plantas y los sonidos de los instrumentos andinos forman parte de las largas horas de juegos que el niño comparte con ambos cada día. Según la cosmovisión andina, estas prácticas son necesarias en los primeros meses de vida del niño para que así se desarrolle su percepción, inteligencia, motricidad y para que pueda convertirse en un buen líder.
Pomaina es docente del Instituto de Saberes Andinos Jatun Yachay Wasi y se dedicó a investigar sobre las metodologías de enseñanza-aprendizaje en el sector indígena y hoy las aplica con su hijo primogénito.
“Los ejercicios de estimulación temprana que practicamos son una recopilación de los saberes de nuestros ancestros. Lamentablemente son conocimientos que se están perdiendo como muchas otras prácticas de nuestra cultura y hay que recuperarlos”, cuenta Pomaina.
En el mundo indígena la estimulación de los niños empieza en el vientre con el maito o manteo. Esta práctica consiste en acomodar al bebé en la matriz moviendo con mantas a la madre, además se envuelve en la cintura un ‘chumbi’ (faja de 10 centímetros de grosor hecha de lana de borrego).
También se dan masajes en el vientre y la madre toma infusiones de hierbas medicinales como toronjil, valeriana, mashua, hoja de zanahoria, lancetilla… “Lo importante es el bienestar del niño, que nazca bien y crezca saludable, por eso es importante seguir la sabiduría de los abuelos”, opina Ana Lema.
Luego, en los dos primeros meses de vida, los padres envuelven al niño con una ‘caguiña’, un cinto de colores que se ata desde los pies hasta los hombros del pequeño.
“Además de que se acomodan las articulaciones y se hacen fuertes, también se hace porque al sentirse atado, el bebé empieza a esforzarse por desenvolverse y logra sacar de la cinta sus brazos o piernas. Así el niño empieza a desarrollar su autonomía desde sus primeros meses”, explica Pomaina.
Para el tercero y cuarto mes, cuando los pequeños empiezan a desarrollar sus sentidos como el olfato, el gusto, la vista y el tacto, se utilizan como herramientas terapéuticas los instrumentos musicales andinos y las plantas de los huertos.
Las flores de colores vivos y aromas sutiles, por ejemplo, son importantes aliadas en el desarrollo del olfato. También sirven para que el niño empiece a diferenciar los colores y a relacionarlos con la naturaleza.
Los bebés también reciben hojas de col y de lechuga para sus juegos, al estrujarlas con sus manos empiezan a desarrollar la motricidad, sienten la textura suave de las hojas y también se familiarizan con los olores del huerto.
Una vez a la semana Saydi, un nombre kichwa que significa príncipe, pisa descalzo la tierra de la chacra de sus padres. “Así se desarrolla su conexión con la tierra y adquiere la energía de la Pacha Mama”.
A esa edad también es importante cambiar de postura al niño cada dos horas, de acuerdo con los puntos de la chakana (cruz andina). El niño en su subconsciente aprende a ubicarse en los cuatro puntos cardinales, que representan a los cuatro elementos sagrados, así no tendrá una visión lineal de las cosas y aprenderá a mirar todo a su alrededor”, dice Pomaina.