El dominio incaico se consolidó en ciudades como Quito y Cuenca

Ingapirca, construcción arqueológica de origen inca, en la provincia del Cañar. Foto: Archivo/EL COMERCIO

Ingapirca, construcción arqueológica de origen inca, en la provincia del Cañar. Foto: Archivo/EL COMERCIO

Ingapirca, construcción arqueológica de origen inca, en la provincia del Cañar. Foto: Archivo/EL COMERCIO

En la segunda mitad del siglo XV, los Incas emprenden desde la ciudad del Cusco (Perú) campañas de conquista que le llevan en corto tiempo a dominar toda el área andina central.

Tras la batalla de Yahuarcocha, sangriento enfrentamiento entre las fuerzas del Imperio y las de las tribus rebeldes locales en Ibarra, batalla que terminaría en masacre, el dominio incaico se consolidó alrededor de los grandes centros situados en Tumi Pamba (Cuenca) y Kitu (Quito).

En un reciente boletín de divulgación, el Ministerio de Cultura y Patrimonio apunta que la conquista a territorio ecuatoriano estuvo motivada por la gran producción agrícola de los valles andinos y por la concha Spondylus de la Costa. “No obstante, el Tahuantinsuyo no logró plasmar la conciencia de una sola nación entre las sociedades originarias del antiguo Ecuador”, apunta el Ministerio.

Los cronistas carecen de un criterio uniforme sobre lo que sucedió por ejemplo en la Isla Puná, en el golfo de Guayaquil, escenario de acciones de guerra, unos apuntan al descalabro inca en la zona y otros a la derrota de los punaes.

El arqueólogo peruano Henry Tantaleán, diferencia entre zonas vinculadas directamente con el imperio Inca y zonas en proceso de dominación, sobre las que ejercieron otro tipo de influencia. “Es claro que la expansión territorial varió en intensidad y forma a lo largo de las regiones a la vez que fue una ocupación sujeta a las tensiones locales e, incluso, a la resistencia”, apuntó.

La expansión del Tahuantinsuyo ocurrió “en total en un lapso no mayor de 150 años”, del nivel del mar pasando por los nevados a la ceja de selva, según Tantaleán, que el año pasado presentó en Guayaquil una ponencia sobre mitos y realidades acerca de los incas en la costa del Ecuador.

Jorge Marcos Pino, director de la carrera de Arqueología de la Escuela Politécnica del Litoral (Espol), dice que el etnohistoriador John Murra encontró documentación de un pacto entre manteños-huancavilcas e incas en la Costa.

Marcos participó en una excavación en 1978 en la isla de la Plata, frente a las costas del sur de Manabí, donde se halló un cántaro de cuerpo voluminoso con boca de bocina, forma de vasija típica cusqueña.

El etnógrafo estadounidense George Dorsey realizó excavaciones en isla de la Plata mucho antes, en 1892 encontró dos esqueletos, vasijas de cerámica, figuras de oro y plata, cuentas de oro, punzones de cobre y un hacha grande de piedra. Según Dorsey, todo este material era intrusivo, por sus características más afines con materiales de las tierras altas de Ecuador y Perú.

Evidencias similares se encontraron en Agua Blanca, Manabí, dice Marcos. “Eran entierros de sacrificio que obedecían a un sistema de alineamientos en conexión con Cusco, en regiones a las que los incas dominaban o con los que tenían acuerdos”.

En su 'Enciclopedia del Ecuador' (1998), el historiador Efrén Avilés Pino describe a los punaes como guerreros fieros que resistieron la conquista inca e hicieron frente al embate de los conquistadores españoles. De los relatos de los cronistas españoles se desprenden nociones como “resistencia terca” y discusiones violentas para referirse a los punaes, comerciantes de sal. Los isleños del Guayas estaban siempre listos a sublevarse o a desconocer la autoridad.

No obstante, Marcos subraya el relato del cronista Agustín de Zárate, quien menciona que había un orejón en la isla Puná, un inca de alto rango que probablemente estaba controlando los envíos de concha Spondylus a Perú. El ‘orejón’ representante del inca dejó el lugar al momento en que los españoles llegaron a la isla.

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