A Raúl Serrano Sánchez le gustan las empresas extrañas y difíciles. Lleva más de 20 años empeñado en una lucha personal para que la historia literaria del país se acuerde de un escritor también extraño y un tanto marginal: Humberto Salvador.
El resultado de esa larga relación literaria es un estudio crítico titulado ‘En la ciudad se ha perdido un novelista. La narrativa de vanguardia de Humberto Salvador’ que Serrano Sánchez presenta esta noche, a las 19:00, en el edificio Manuela Sáenz, de la Universidad Andina Simón Bolívar (Sala múltiple).¿De dónde viene esa conexión intensa con Salvador?
Todo nació de un encuentro fortuito que tuve con ‘En la ciudad he perdido una novela’. Mientras la leía me desconcertaba cada vez más. Este autor deconstruía las referencias literarias de su propio tiempo: la década de los 30. Me acompañó cuando recién llegué a Quito desde Machala.
A Salvador lo llamó Raúl Andrade un “proscrito interior”. ¿En ese tiempo usted también se sentía un poco proscrito en la ciudad?
Sí hay un poco de eso. La condición de Salvador dentro de la literatura de su tiempo también fue la de un extranjero, la de un nómada. Cuando uno lo lee tiene la sensación de estar frente a un sujeto escindido, que es una visión compartida por otros vanguardistas de su tiempo como Pablo Palacio o Jorge Icaza.Salvador es recordado como un hombre tímido. ¿Es coherente esa figura con un escritor cuestionador e iconoclasta de vanguardia?
Esa condición de tímido y retraído de la que hablan todos sus contemporáneos permite establecer que fue en la escritura donde se reveló otro Salvador. Un hombre contestatario, que cuestiona y critica su sociedad, que la desmonta y la analiza. Era como un ‘voyeur’ que descifraba silenciosamente su propio tiempo.
¿Contra qué tradición literaria se reveló?
Disparaba sus dardos contra una cultura y una sociedad que no respondían a lo que sus habitantes exigían. Los autores de la generación del 30 no solo protestaron contra un modernismo o un romanticismo tardío sino contra la cultura y la nación que les tocó.Más allá de la ruptura, ¿qué queda de su obra?
Lo que sorprende en Salvador, como en Palacio, es que su obra es todavía reveladora para nosotros. Trasciende el tiempo y esa gestualidad vanguardista de la ruptura. Es una narrativa que aún nos interpela y nos cuestiona.
¿Por qué se hizo moda admirar a Palacio y no a otros autores de vanguardia?
Por ciertos prejuicios de la crítica ecuatoriana. Hubo la idea de que Pablo Palacio era una isla. Es un error. En la generación del 30 todos son vanguardistas para su tiempo. El realismo y el indigenismo fueron la vanguardia.
Pero , ¿por qué se relegó al olvido la obra de Salvador?
Ciertos críticos lo ubicaron como ícono del realismo socialista en Ecuador. Pero él jamás adscribió a esa tendencia. Le hicieron un flaco favor porque con ella se invisibilizó su estupenda primera trilogía de vanguardia. Esas tres piezas maestras que son la novela ‘En la ciudad he perdido una novela’, y los libros de cuento ‘Ajedrez’ y ‘Taza de té’.
¿Qué hay sobre las otras 20 novelas que escribió?
Salvador, como dijo Benjamín Carrión, es un escritor que escribió toda su vida. Su obra total tiene varios períodos. Luego de la época vanguardista viene un realismo integral que se extiende hasta fines de los 40. Luego viene una etapa de psicologismo. Esa obra esperan, en su momento, una lectura crítica.
¿En su cambio de enfoque literario incluyó la crítica que le hizo J. Gallegos Lara?
Sí, sin duda. Gallegos lo convocó a lo políticamente correcto. Salvador quiso ponerse en sintonía con su momento histórico. Luego de ‘Taza de té’ publica otras novelas como ‘Camarada’ y ‘Trabajadores’, en la que aún el vanguardista está vivo.
¿Cuál fue su ideal literario?
Como todo gran escritor solo tenía un norte: su pasión por las palabras. Sus novelas jamás llegan a ser panfletos. Fue fiel a la pasión y al oficio de la literatura.