Tomar una taza con café cargado es el ritual de 60 intelectuales cuencanos, los mismos que desde hace 40 años todos los días en horas de la mañana están en la cafetería del Hotel El Dorado de Cuenca. Uno de ellos es el pintor, muralista y escultor cuencano Édgar Carrasco Arteaga. Se lo reconoce en el grupo por su estilo informal: ‘jeans’, camiseta y un sombrero de paño negro.
Carrasco, de 65 años, es el que más conversa, es alegre, ocurrido, generoso… No tiene inconveniente si tiene que cancelar la cuenta de varios de sus amigos con los que conversa de política, temas legales o arte, pero con quienes sobre todo bromea.
fakeFCKRemoveSu ritual dura unas dos horas porque el resto del día lo dedica a su pasión que es el cobre. En estos días prepara un conjunto de obras para exponer en España; será la tercera vez que lo haga en la Galería Orfila (Madrid). La exposición se realizará antes de que concluya este semestre.
Cerca de las 16:00, en la tarde abriga en la parroquia Tarqui, a 20 minutos de Cuenca. Allí está la casa del artista, un espacio cálido y confortable en medio de la naturaleza. El silbido de los pájaros y el relinchar de una yegua se escuchan desde el interior de su sala. Allí la plática fluye mientras repasa más de siete álbumes que guardan los recuerdos de París, Francia, Venezuela, Asia, Rusia, Dubái, Japón, Singapur, Moscú, Bogotá, Tailandia, Egipto, Cuba, EE.UU., donde ha expuesto sus obras, a lo largo de los 40 años que lleva ejerciendo su oficio.
El maestro sonríe al recordar que su primera creación artística fue la tapa de un balde de cobre, pieza que convirtió en un sol iridiscente. Obra que realizó en su adolescencia, cuando ya llevaba tiempo manipulando el cobre y curioseaba fusiles y otras piezas que su familia hacía en su taller de metales ubicado en el barrio de San Sebastián.
Aquella fascinación por el cobre le llevó a trabajar íntimamente con este material al que considera hijo legítimo del sol, por su luz propia. Carrasco dice que aprendió esta técnica por autoeducación y por la motivación de su hermano Genaro, que era ingeniero en minas y le obsequió un poco de cobre que le trajo de Chile, también de los consejos de su madre Raquel Arteaga. Ese gusto le llevó a fundar el Taller de Cincelado y Repujado, del ex Centro de Reconversión Económica del Azuay (CREA).
Carrasco toma uno de los álbumes y muestra una serie de fotos en blanco y negro, donde luce más delgado, con la misma cabellera semilarga que siempre le ha acompañado. Así lucía en 1976 cuando ganó el Premio Jóvenes París y se radicó por un año en esa ciudad, donde se especializó en trabajar este metal. Desde entonces su carrera tiene una estrecha relación con sus viajes, porque cada país son el motivo de inspiración de sus obras. En Venezuela, por ejemplo fue profesor de escultura en la Escuela de Artes en Cumaná. Por unos segundos, se queda en silencio y luego cuenta que en Cuenca no ha sido profeta. “Hay muchos caciques, sabios, críticos de arte y además en este mundo hay varias mafias”.
El artista y curador cuencano Patricio Palomeque, considera que Carrasco es el ecuatoriano que más vende sus obras en el país y fuera; cree que esto obedece a la calidad de su propuesta. Hay varios maestros que coinciden con su opinión.
Carrasco interrumpe el diálogo, se pone de pie y se dirige a su dormitorio. Allí se emociona, pestañea una y otra vez, con sutileza toca su retrato pintado a blanco y negro, cuenta que su amigo Oswaldo Guayasamín lo elaboró. No deja de mirar el cuadro, y dice que era muy cercano a Guayasamín, por ello postmórtem le esculpió un busto. En la Capilla del Hombre, en Quito, también se exhiben varias obras de autoría del cuencano.
Otro de los lugares donde se exhiben sus obras es el Hotel Cosmos en Bogotá, donde existe un mural; en la plaza Paseo de la Juventud en Machala, también hay una escultura cinética; además de cientos de cuadros y esculturas se encuentran en varios museos y casas de arte en el país.
En la sala de su casa lucen los objetos en miniatura que ha traído de cada país que ha viajado. También ocupan un sitio especial una vasija grande de cobre, los dibujos de sus tres nietos, sus pinceles -con los que pinta en el comedor o en uno de los cuartos de la casa-. La mayoría de su obra la elabora en su taller ubicado en el Parque Industrial.
Las capas con las que torea también están a la vista; esa es su otra pasión. Recuerda que jugaba a ser torero y así aprendió de este arte con el que le gusta celebrar sus cumpleaños.
En cuanto a la pasión de su vida: crear con cobre, Carrasco asegura que le falta consolidarse, que está en continua búsqueda del conocimiento y que mientras más viaja más cuenta se va dando de “que simplemente no sé nada, porque el horizonte del saber es extenso”.