Arianna Tanca posa en la biblioteca de su casa, en el sector de Samborondón. Foto_ Mario Faustos/ EL COMERCIO
La palabra cínico proviene de un gimnasio en la Antigua Grecia llamado Cinosarges, que en griego vendría a significar perro blanco. ¿Qué nos dice ello del concepto?
En la escuela cínica en Grecia se hablaba de la vida simple, de volver a la simpleza y hacían esta analogía con la vida de un perro que iba por la vida despreocupado y solo con lo que tenía encima era feliz. Esa visión filosófica que ellos representaban con el despojo de las cosas materiales se relajaba en su higiene y en su imagen personal, y se entonces los relaciona con los propios perros.
¿Esto del perro tiene una relación con lo que entendemos ahora como cínico?
Sí, ahora relacionamos este concepto con el descaro, la mentira y prácticas poco éticas. El cinismo posmoderno tiene esta actitud de desprecio a las normas y los valores.
La posmodernidad es fértil para esta actitud de desvergüenza, descaro o insolencia. ¿Por qué?
Me fascina el concepto de la posmodernidad, es un paraguas en el que se encuentran diversos movimientos políticos, culturales, filosóficos, que expresan este deseo antisistema, pero irónicamente se ha convertido en el ‘establishment’, en la norma y en el mismo sistema. Y hay algo hipócrita en ello, porque la posmodernidad surge como reestructuración y negación de los convencionalismos, como en su momento lo fue la escuela cínica, antagónica con la prosperidad que se vivía en Grecia y en Roma.
¿El cínico suele estar desprovisto, en el fondo, de idealismo?
Si lo encuadramos en la política, se enmarca en el concepto del político populista. Un populista es un político que se cree imprescindible, a tono con la visión posmoderna de que todo es relativo, que todo se puede construir y deconstruir al antojo personal, que todo el sistema es malo y hay que tirarlo abajo para construir una sociedad perfecta basada en las nociones de lo que ‘yo’ creo que está bien. En últimas, es un liderazgo tóxico en el que el fin justifica los medios, que transgrede barreras éticas.
La posible papeleta presidencial del Ecuador parece destilar cinismo. ¿Cómo llegamos a ello?
La raíz de que exista tanto populismo en el país, y por ende tanto cinismo, es nuestra paupérrima cultura política. Aquí no se debaten ideas, simplemente se reparten etiquetas. Entonces se desestiman propuestas solo por quien las propone, se difunde mitos, se repiten clichés y ese debate de ideas es fundamental porque son las que sacan a un país adelante. El descaro consiste en volver a pedir el voto al ciudadano al que ya le falló.
Líderes como Donald Trump descreen de argumentos científicos. ¿El cinismo responde a conveniencias y a un instinto de autoconservación a corto plazo?
El político cínico no se atiene a convicciones, su único objetivo es mantenerse en el poder e imponer a como dé lugar su visión, su verdad. Trump y Jair Bolsonaro son populistas y cínicos, se han catalogado también como políticamente incorrectos. Estos fenómenos hay que entenderlos en un contexto, ellos no son más que la reacción de una sociedad ante el chiste que supone el posmodernismo.
¿A qué se refiere?
Cuando surgen liderazgos con rasgos autoritarios, cínicos, generalmente reflejan una sociedad polarizada. Por ejemplo, en Estados Unidos no hay espacio a la crítica del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) porque automáticamente eres un supremacista blanco, y no necesariamente es así. Y pasa lo mismo con las luchas de género. Estas polaridades dan paso a la cultura de la cancelación: me incomoda tu idea, me incomoda tu discurso, entonces vamos a cancelarlo. Es un clima donde la libertad de expresión es censurada, que evita la posibilidad de hablar de cosas que incomodan y escuchar criterios contrarios. Surgen entonces estas mayorías silenciosas, como una reacción adversa, opuesta a la corrección política imperante. Es el caldo de cultivo de este tipo de líderes, que pueden ser de izquierda o de derecha.
¿El populismo más cínico es una reacción a la polarización?
Exacto. La ironía es que estos movimientos buscan un mundo más tolerante; pero esta tolerancia, cuando es impuesta, provoca estas consecuencias, porque la cultura es evolutiva. La historia de la humanidad se ha escrito con prueba y error; al final, las ideas buenas perseveran en el tiempo y las malas se desestiman. Con la interacción libre entre personas e instituciones hemos moldeado los estándares de civilización, no se puede decretar de forma vertical que algo es automáticamente bueno y cancelar de raíz a los otros discursos que incomodan.
Arianna Tanca
(Guayaquil, 1993) Es licenciada en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Casa Grande y coautora del libro ‘La noche larga no liberal’ (2018). Ganó el premio Jóvenes, categoría ensayos políticos’ (2016) de Caminos de la Libertad.