En las localidades de El Chota y El Juncal, en Ibarra, se crearon dos emprendimientos. La música y la comida son los atractivos. Foto: Archivo EL COMERCIO
En la comunidad del Chota no solo se puede aprender las técnicas para cosechar mango, guayaba, aguacate… También convivir, por unos días, con familias afroecuatorianas. Y, si tiene habilidad, inclusive puede aprender a bailar bomba con la botella en la cabeza.
Esta es una de las ofertas de turismo comunitario que se brinda en el caluroso valle del Chota. Según Eva Lara, una de las primeras emprendedoras, recibe visitantes desde hace 18 años. “La mayoría son extranjeros, aunque en los últimos meses empezó a llegar gente de Quito”.
Se trata de estudiantes y viajeros que pueden conocer la forma de vida de la gente de este poblado afrochoteño. Es que a diferencia de hospedarse en un hotel aquí se puede convivir con una de las 10 familias anfitrionas que brindan este servicio, explica Iliana Carabalí, coordinadora de la Asociación Comunitaria Doña Evita. La iniciativa tiene capacidad para acoger a 40 personas en total.
El trato familiar y ameno, precisamente, fue lo que más llamó la atención de la chilena Ana María Barrientos. Es la segunda vez que esta estudiante de Antropología de la Universidad Fluminense, de Río de Janeiro (Brasil), se alojó en el sitio. La anterior fue durante el feriado de Carnaval, para presenciar el famoso Carnaval de Coangue.
La oferta también incluye servicio de alimentación con platillos tradicionales de la zona como el arroz con fréjol guandul y carne frita. Aunque también se adaptan a las necesidades del visitante, que incluso puede ser vegetariano, comenta Carabalí.
Durante la estancia los visitantes pueden recorrer las granjas agroecológicas de las familias. De ser necesario la caminata se hace con un guía bilingüe. El lunes último, Eva Lara junto a Barrientos recolectaban los granos secos de guandul en su huerto.
Era una tarde fresca. Al fondo, el río Chota que serpentea las pequeñas parcelas agrícolas, en la que se emplean los hombres, lucía torrentoso. El afluente también invita a refrescarse cuando los días se tornan más calurosos, algo que también experimentan los visitantes.
Los turistas no pueden dejar la comuna sin, al menos, dar unos pasos de bomba, un ritmo musical tradicional de la zona. “A los ‘gringuitos’ les encanta”, confiesa doña Evita. Incluso, cuando llegan grupos ofrecen una noche para que conozcan de este baile.
El turismo comunitario se ha convertido en una alternativa de desarrollo económico para este grupo. Aquí el costo del hospedaje es de USD 10, por persona. Mientras que, los platillos se pueden hallar desde los 5, según la receta.
La mayoría de socias ha acondicionado en sus viviendas habitaciones para huéspedes. Irina Méndez, otra integrante de la Asociación Doña Evita, está ampliando un segundo piso en su residencia para recibir a más turistas. La idea, asegura, es contar con seis habitaciones en total.
Otro de los emprendimientos de turismo que florece es el de la Asociación Aroma Caliente, situado en la vecina comuna El Juncal. Ahí 15 mujeres brindan un paquete turístico de dos días y una noche.
Por USD 27 se pueden conocer las costumbres y recorrer las lomas aledañas en donde hay sembríos de tuna. Pero quizá el atractivo es que los turistas pueden recorrer los talleres de las ceramistas de esta parcialidad afro. Entre ellas está el de la reconocida escultora Alicia Villalba. Ahí, los excursionistas pueden participar en la confección de artesanías como máscaras, platos, vasijas, entre otros. La ceramista les recompensa con un vaso de refrescante jugo de caña.
De esta manera, las comunidades afrodescendientes se sumaron a la alternativa turística que antes estaba solamente en la ciudad y en otras localidades indígenas de Imbabura.