La comunidad kichwa de Cotacachi lleva una década dedicada al turismo comunitario. Cada familia se especializó en la oferta de diferentes servicios. Foto: Francisco Espinoza para EL COMERCIO
Las pálidas fibras de la cabuya aparecen entre las manos morenas del artesano Antonio Túqueres, mientras desbasta sobre un madero las hojas verdes del penco.
En el patio de su vivienda, situada en la comunidad indígena de Chilcapamba, en Cotacachi (Imbabura), explica, a un grupo de turistas de Estados Unidos, que es una planta apreciada por los kichwas.
A través de un guía, que traduce del español al inglés, comenta que esta fibra se utiliza en la construcción de viviendas, elaboración de artesanías y hasta para atar a los animales.
A los 13 viajeros extranjeros, quienes en su itinerario tenían previsto visitar también la Amazonía y Galápagos, demostró el proceso para fabricar las alpargatas, el calzado tradicional que utiliza los indígenas de la Sierra.
El pequeño obraje de Túqueres es uno de los elementos del circuito turístico de Chilcapamba, en donde habitan 135 familias. Ahí, los vecinos impulsan la Red de Turismo Ayllu Kawsay (Vida Comunitaria, en español).
La idea es aprovechar la cercanía de esta localidad con la Reserva Ecológica Cotacachi- Cayapas, cuyo principal atractivo es la laguna de Cuicocha, señala Antonio Morales, líder del Cabildo local.
Por esta parcialidad atraviesa la antigua vía que conduce a este paraje natural andino, que el año anterior recibió la visita de 196 360 personas.
En el recorrido por la comunidad también visitan huertos agrícolas en donde florecen el maíz, la quinua, el amaranto…
El olor húmedo de las parcelas, bañadas por las últimas lluvias, trajo recuerdos de su infancia a Marion Tispale, de Spartanburg, una ciudad del estado de Carolina del Sur. Comenta que creció en un rancho, en donde sus padres se dedicaban a la agricultura y a la crianza de pollos y cerdos.
La Red Ayllu Kawsay logró establecer alianzas con operadoras de turismo que traen a Ecuador viajeros norteamericanos y europeos. Lo que más agrada a los turistas es la convivencia que pueden realizar con familias nativas, comenta Enrique Portilla, guía de una firma internacional. A la par, se puede adquirir artesanías y degustar la gastronomía indígena.
Tras una década de incursionar en el turismo comunitario, las familias se especializaron en uno de los servicios turísticos. Unas acondicionaron sus viviendas para ofrecer hospedaje. Poseen una capacidad para alojar a 40 personas.
Comuneras como Juana Morales, en cambio, le apostó a un restaurante. En su casa acondicionó un amplio comedor para recibir a los comensales.
El menú estrella es una entrada de chochos con tostado, sopa de quinua y un platillo con choclo, habas, mellocos, aguacate, queso, cuy o pollo frito. Otras aprendieron a confeccionar artesanías, como tapices, gorros de lana y bisutería. Carmelina Caiza, vecina de Chilcapamba, asegura que cada semana elabora una media docena de collares con mullos de colores, para salir a ofrecer a los turistas. También, poseen una sala para conferencias y un local para ferias.
El paquete turístico, que incluye la guianza, alimentación y hospedaje, cuesta USD 25 por persona, al día. De esta manera, Chilcapamba se ha convertido en una vitrina para la interculturalidad.