El desenlace político, jurídico e institucional de Pedro Delgado; acreedor además, junto a su familia, de una visa diplomática por parte de EE.UU. es singular. Mucho más, la extraña actitud de la Embajada estadounidense en Quito que ha superado los límites tradicionales de la prudencia y la cautela diplomática.
Que el señor Delgado haya desempeñado altos cargos de confianza y de delicada gestión financiera es una situación que ha sucedido en este y en otros gobiernos. Sus desfases o desaciertos –algún día se los conocerá con mayor detalle- son un problema de política interna. Salió a la luz con el caso del crédito Duzac y, en sus horas finales, se lo trató de enjuagar con un caso menor –en términos de Estado- como es el reconocimiento de un título profesional adulterado, falsificado o simulado. Se incluye el tormento a que se sometió el Primer Magistrado del Ecuador en cuanto quemó precipitadamente sus manos por solidaridad familia, de amistad o por otros motivos. Este último episodio -los títulos, hay que aclararlo- no es aplicable a las Universidades privadas que persiguen con rigor estaliniano los organismos de control. Tampoco hay que confundir el caso con el plagio que toleró la Espol de Guayaquil que es otra y que merece una severa autopsia.
El hecho de que el ex funcionario haya gozado de una visa diplomática otorgada por EE.UU. es facultad de ese país de acuerdo a su orden jurídico. Sin embargo, y ahí empiezan las incógnitas, el ex representante del Banco Central del Ecuador y otras entidades nacionales de la crisis bancaria era el vínculo más visible de la relación con Irán.
¿Cómo entender entonces la falta de acuciosidad de la prensa de EE.UU. en materia de política internacional si en sus narices se trata con uno de los personajes que puede ser parte de un proceso que podría afectar a la seguridad nacional americana? Algunas veces es inevitable la nostalgia de la labor de aquellos periodistas que desde las páginas del Washington Post dieron a conocer que existía “Garganta profunda” y que proporcionaba tan importante información que, en su capítulo final, produjo la renuncia del Presidente de la potencia mundial.
Finalmente, resulta inexplicable la falta de una oportuna versión oficial del Departamento de Estado sobre este asunto, pues hasta el momento la única vocera ha sido la Embajadora ecuatoriana en Washington.
“El trato” en algunos estados de EE.UU., más que una institución, es una práctica de la naturaleza del compromiso que, en situaciones especiales, se produce entre un presunto delincuente antes de ser sometido a los juzgados, con la Fiscalía o la Policía de investigación. Se intercambia información estratégica o privilegiada que puede aportar el sindicado y se lo compensa con un trato benigno, hasta con el sistema protección de testigos. ¿Los ecuatorianos, en este bullado caso, estaremos ante un nuevo capítulo de este peculiar enroque?