La anexión de la península de Crimea con su estratégica base de Sebastopol a la Federación Rusa es un tema jurídico y político de difícil comprensión. El final del drama obliga a un balance de la situación en dos perspectivas: la local y la mundial. Ucrania fue una de las principales beneficiarias de la implosión de la extinta URSS, sin embargo el fenómeno de la globalización y la apertura de la Unión Europea hacia las importantes regiones del antiguo bloque polarizaron a su población entre rusos y pro europeos. El conflicto llegó a fronteras muy peligrosas, pero al final parece que se salvó Ucrania sin Crimea. Algo similar a lo que sucedió con la crisis de los misiles en Cuba en 1962: la revolución fue garantizada por el orden mundial pero restringida al territorio insular. Los ecos o réplicas revolucionarios en el resto continental fueron entregados a la disciplina y represión militar en una sangrienta internacional de las espadas.
En esas circunstancias y tras la caída del corrupto Régimen que gobernaba Ucrania, la tensión llegó al máximo. Las potencias occidentales olvidaron o se descuidaron que la nueva Rusia también -como en el pasado- era prolijamente cuidadosa de sus zonas fronterizas inmediatas y que no había archivado su poderío militar y nuclear; ignoraron también que una cosa era Kososvo y otra Crimea.
Es verdad que a raíz de la expedición de la Carta de las Naciones Unidas, las dos guerra mundiales que la precedieron y el reparto geopolítico de Yalta se estableció en gran parte un equilibrio territorial que fue la gran aspiración occidental luego de que se plasmó la Paz de Westfalia en 1648.
Con estos antecedentes, se puede concluir preliminarmente que luego de la crisis de Siria y ahora Crimea, que es indiscutible la firme presencia de Rusia en el escenario mundial. No es que se repite la Guerra Fría, pues no hay una polarización de bloques sino que concluyó la hegemonía unipolar de EE.UU. y que la globalización empieza a perfilar nuevos parámetros de equilibro mundial y por ende de la paz. En los conflictos que surgen existen preocupantes tensiones, surge el espacio de negociaciones no exentas de amenazas recíprocas y al final les llega a una conciliación donde priman las resignaciones o la línea del “statu quo”. Aunque no corresponda de inmediato es necesario anticiparse y diferenciar que lo sucedido no puede ser un aliciente de movimientos separatistas en otras zonas del mundo, pues carecen de las peculiaridades históricas de la llamada “Gran Madre Rusia”.
Moscú necesita de los capitales occidentales y Europa de la inmensa potencialidad energética que brota desde Siberia; además, los acuerdos deben asegurar el intercambio con las realidades del Cercano y Lejano Oriente.
Este, salvo el surgimiento de imponderables, es el mundo de la segunda mitad del siglo XXI.
Casa adentro, los países de América Latina deberán actualizar sus estudios de historia y geopolítica.