La declaración del propietario de una cadena de restaurantes en Colombia, luego de que se hiciera pública la denuncia de una posible violación en el estacionamiento de uno de sus locales, ha reinstalado el debate sobre la “culpa” de las mujeres que sufren violencia sexual.
“Estudiemos qué pasa con una niña de 20 años que llega con sus amigas, que es dejada por su padre a la buena de Dios. Llega vestida con un sobretodo y debajo tiene una minifalda, pues ¿a qué está jugando? Está bien, eso es natural. Para que ella después de expiar todos los pecados con el padre diga que la violaron”.
Insinúa que las mujeres mienten “para expiar sus pecados”, deja flotando la idea de que ellas al salir, estar con amigas, ir vestidas de cierta forma, son responsables por los abusos que puedan sufrir.
Esta idea, la “culpa” femenina no es nueva, durante mucho tiempo se ha considerado al cuerpo de la mujer, su desnudez, como una provocación (lo que no sucede con el cuerpo del hombre), con ello se explica, justifica e incluso se quiere exonerar de responsabilidad a los agresores, porque han sido “incitados”, presentando a los perpetradores como víctimas de esta malignidad que desata en ellos instintos incontrolables.
Las mujeres se convierten en objetos, “cosas”, “algo” que se puede poseer, tener, usar; desaparecen como personas merecedoras de respeto, dotadas de dignidad, autonomía, con libertad para decidir, son tratadas como un medio para satisfacer deseos, instintos, del que ha sido “provocado”.
Esta idea es inaceptable en la sociedad contemporánea que se organiza a partir de la noción de igualdad de los seres humanos, igualdad en derechos, en dignidad .
Jamás las víctimas tienen responsabilidad por los abusos que sufren; culparlas es una aberración incompatible con la noción de libertad de decisión que prima, de manera absoluta, en las decisiones sexuales.
Todos los seres humanos tenemos derecho a decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra sexualidad, en caso alguno pueden aceptarse o justificarse una relación sexual sin un consentimiento expreso.
A propósito del debate sobre el aborto por violación, más de una persona alegó que no debía despenalizarse “porque las mujeres mentirían, se harían pasar por víctimas de violaciones para abortar”, tildándolas de farsantes, capaces de todo .
En el caso de Karina del Pozo se la culpabilizó por “andar bebiendo”, por salir, por estar ahí; incluso un spot de televisión gubernamental retrataba esta imagen de culpa de la víctima por embriagarse .
El único mensaje aceptable en estos temas es el de “tolerancia cero”: no importa cómo esté vestida una mujer, en dónde se encuentre, qué haga, nunca es responsable de provocar una violación, una agresión. La sociedad no puede y no debe tolerar estas miradas, resabios de tiempos primitivos en los que los hombres se sentían habilitados a tomar decisiones sobre los cuerpos de las mujeres .